Ocurrió el 2 de febrero de 1913, y se trata de una de las terminales de tren más grandes del mundo, considerada una joya arquitectónica de la ciudad de Nueva York. Su construcción inició en 1903, como parte de un proyecto de remodelación de la antigua estación Grand Central, el cual se planteó a raíz de un terrible accidente ferroviario que cobró más de 50 vidas, lo que motivó a las autoridades a sustituir a las locomotoras de vapor por unidades modernas que funcionaran con energía eléctrica. Para ello, debían enterrar las viejas vías, reorganizar las rutas y crear nuevos pasajes. La obra estuvo a cargo de la acaudalada familia Vanderbilt, que tenía gran influencia en la industria del transporte de aquella época.
A partir de su apertura, el tren se convirtió en el principal medio de movilidad neoyorkino; sin embargo, en los años 50, con el auge del automóvil y el desarrollo de zonas residenciales cercanas a los edificios más importantes de la ciudad, cayó en desuso, por lo que Grand Central estuvo a punto de desaparecer. Fue gracias a la resistencia de la Comisión para la Preservación de Monumentos Históricos de Nueva York, a la venta de un complejo de oficinas que se había levantado atrás de la terminal y al establecimiento de zonas comerciales al interior de la misma, que pudo salvarse. Es de estilo Beaux-arts, con paredes de mármol, y entre sus atractivos destacan los relojes de la firma Tiffany y una cúpula pintada con representaciones de la bóveda celeste.
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