Dentro del conocimiento científico, la presencia biológica del sueño está relacionada con la consumación de las exigencias metabólicas básicas; es decir, la necesidad de dormir responde a un contraste natural que hay entre el día y la noche (o al revés, ya que depende de cada especie), junto a la búsqueda del descanso para la recuperación de energía.
El cerebro consume cerca del 20 % de la energía total al estar en vigilia y, entonces, resulta lógico pensar que este órgano tendría que reducir sus impulsos eléctricos al dormir; es decir, relajarse. Pero lo cierto es que sucede lo contrario, porque, cuando dormimos, soñamos, y mientras se fabrican los sueños, el cerebro mantiene una actividad similar a cuando estamos despiertos, pero permaneciendo en reposo.
La cantidad máxima de impulsos eléctricos que genera el cerebro en estado onírico, acompañada de movimientos rápidos de los ojos, es lo que se conoce como la fase REM del sueño, la cual se intercala con momentos extendidos de menor actividad, por lo que corresponde sólo al 20 o 25 % de todo el período de descanso. La fase REM es el momento en el que se proyectan los sueños y, aunque sea el lapso más reparador del proceso, debido a la gran actividad cerebral que se presenta, conlleva una mayor retención de la información del entorno, más una reducción en la producción de neurotransmisores y en el movimiento de los músculos.
De este modo, las características que la ciencia ha encontrado sobre los sueños parecen contradecirse, pero su estudio, poco a poco, ha ido despejando la atmósfera de misterio y oscuridad con la que se relacionaron hasta antes de la mitad del siglo XX; ahora, es posible comprender, de mejor manera, su función, sus efectos y, un tanto o mucho, su génesis, a pesar de aún poseer ciertos destellos enigmáticos, que, a veces, regresan al misticismo y al simbolismo que sigue habiendo en torno a ellos.
La fisiología de los sueños
Por lo regular, el ser humano duerme durante la tercera parte de su vida, en la cual, vive soñando, aproximadamente, otra tercera parte, puesto que tiene cerca de cuatro o seis sueños por noche y, en general, al momento de despertar, es capaz de recordar un mínimo de éstos por un breve instante. De esta manera, casi el 95 % de lo que soñamos es olvidado por completo, sin contar aquellas ocasiones en las que no recordamos absolutamente nada, lo cual es independiente a que soñemos, pues, sin excepción alguna, siempre, soñamos al dormir.
Por lo anterior, la importancia y el misterio que despierta el universo de los sueños ha mantenido a tope el interés de la humanidad, de modo que ha sido estudiado desde la antropología y las neurociencias, incluyendo todas las actividades fisiológicas y psicológicas que percibimos a través de la oscilación diaria entre el sueño y la vigilia.
Hasta la fecha, las conclusiones a las que se ha llegado van, por un lado, sobre el proceso de aprendizaje y la formación y el almacenamiento de la memoria; y por el otro, sobre el mito de la interpretación de los sueños. La primera resolución profundiza en las regiones del cerebro que se activan durante la fase REM; por ejemplo, una de ellas es la corteza, la cual elabora varios mecanismos de alta complejidad cognitiva, como procesar la información obtenida mientras busca y hace nuevas relaciones conceptuales que se encontraban ocultas estando despiertos y que podrían significar un descubrimiento o, bien, una clase de revelación especial para el individuo.
De dichas asociaciones oníricas, han surgido numerosas anécdotas que describen, dentro de lo cotidiano, cómo, a partir de un sueño, se ha encontrado la solución a un problema que, incluso, atraía al insomnio; de ahí, la manera en la que varios hallazgos científicos, premisas de libros y la inspiración para hacer largometrajes han encontrado su origen en la famosa técnica de “consúltelo con la almohada”. Entre los casos más famosos, se encuentran el argumento clave para la novela Frankenstein, de Mary Shelley; la tabla periódica de los elementos, de Dmitri Mendeléyev; y hasta el experimento que realizó Otto Loewi, con el que demostró, por primera vez, la naturaleza química de la neurotransmisión.
Asimismo, la formación de un recuerdo comprende a todos los componentes sensoriales (imágenes, olores, sonidos, sabores y sensaciones), al igual que a las experiencias, las emociones y los sentimientos, por lo que se requiere de la coordinación de varias regiones del cerebro, que, al soñar, procesan, repasan y seleccionan toda la información recolectada cuando estuvimos despiertos. Dicho de otro modo, el sueño actúa como un organizador de la memoria, que exalta aquello que es importante y descarta lo que no.
Vale la pena aclarar que ninguna de estas dilucidaciones se ha comprobado íntegramente, debido a que todavía es un gran reto examinar el cerebro durante el estado onírico.
En cuanto a la desmitificación de la interpretación de los sueños, los científicos han estudiado la cantidad de neurotransmisores que produce el cerebro en la fase REM y han encontrado que la serotonina y la noradrenalina disminuyen con relación al aumento de acetilcolina que se presenta. Es por eso que las áreas cerebrales que controlan el conocimiento lógico y racional se apagan, mientras que las regiones que concentran las emociones se aceleran.
Con esas circunstancias, el cerebro hila una historia aleatoria, lo más cautelosa posible, a partir de toda la información que está procesando, ya sea que la esté relacionando con aquella que pertenece al pasado y, probablemente, pueda ya suprimirse, o que la esté almacenando con los nuevos conocimientos que se adquirieron durante el día o con experiencias y emociones gratificantes o situaciones que generaron cierto tipo de estrés.
El simbolismo de los sueños
La imaginación, también, está determinada por todo lo que concierne a la fórmula que crea los sueños y, por ello, el mundo onírico ha respondido por la creatividad de innumerables coyunturas que ha presentado la historia del arte. Éstas se han relacionado con la interpretación de los sueños (la cual lleva, en su esencia, la interminable búsqueda que el hombre ha emprendido para descifrar su significado) y con la forma de representarlos y hacerlos partícipes de la realidad, ya que igual influyen en la vida y, en ciertos casos, se vuelven una motivación para tomar decisiones o cambiar la conducta, en especial, en algunas culturas que hicieron de los sueños una parte importante y demostrativa de sus pensamientos, creencias y tradiciones.
Visto como un proceso creativo, los sueños han sido equiparados con señales que marcan el devenir, por lo cual, entonces, podrían ser una advertencia ante un problema que, según los asirios, había que solucionar y, en caso de haber soñado cómo lograrlo, había que recrear tal consejo en la realidad. Esas indicaciones filtradas entre sueños, también, han sido entendidas como revelaciones a través de las cuales se comunican los dioses con los humanos; un oráculo en el que creían los egipcios y para el cual tenían un lugar exclusivo y sagrado, el templo de Memphis, en donde se acostaban sobre “camas de ensueño”, para recibir el consuelo, la asesoría y la sanación de las deidades.
Ese tipo de creencias coincide con las de otras culturas que igual hicieron de los sueños una pieza clave para acercarse a la divinidad, tales como la griega, la romana y la hebrea, cuyos pensamientos, al final, se transmitieron a la fe cristiana y que terminaron por ser una parte esencial de la mística de esta y otras religiones. En budismo no se limita a recordar e interpretar los sueños, sino que busca participar en ellos, es decir, tener sueños lúcidos en los que existe la posibilidad de experimentar y adquirir conocimientos de la misma manera en la que se aprende y se interactúa estando despiertos.
Ahora bien, sobre la representación de los sueños, queda corto mencionar la forma en la que el hombre se ha valido de todos los medios a su alcance y a lo largo de su historia, para transmitir –de un modo, a veces, fiel; a veces, interpretando; otras, añadiendo recuerdos, asociaciones o delirios–todo lo que somos capaces de reproducir al momento de soñar. Ya sean tintas o acuarelas, letras o laberintos, sonidos y construcciones, tal vez, sólo sosiego, animaciones, quimeras y deseos, globos que vuelan entre viñetas, al final es lo que queda, elementos vagos que dan cuenta de lo trascendental que ha sido y seguirá siendo el misterio de los sueños.
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