Oficialmente, la primavera inició el 21 de marzo y terminará hasta el 20 de junio, lo que indica que nos encontramos a la mitad y en plena cumbre de esta estación donde el sol nos regala días cálidos, los pájaros amenizan el ambiente con sus cantos, las plantas reverdecen y los árboles florecen, creando maravillosas postales. Es la época en que las calles de nuestro país y especial- mente las de la Ciudad de México se colorean de tonos purpúreos gracias a las pinceladas de un artista que, a pesar de no ser mexicano, se ha ganado la nacionalidad y el cariño de la gente, debido a que, desde hace un siglo, decora el paisaje e impacta positivamente en el estado de ánimo de las personas: la jacaranda.
Hablemos de botánica
Se trata de un árbol cuyo nombre científico es jacaranda mimosifolia; pertenece a la familia de las bignoniáceas o de las vides trompetas, por la forma de su or, y es uno de las 50 especies que existen en todo el mundo. Es nativo de Sudamérica, vive alrededor de cien años y puede alcanzar una altura de hasta 20 metros; además, según varios estudios, posee una alta resistencia a la contaminación y absorbe el plomo del ambiente. Su nombre se deriva del guaraní hakuarenda, que significa lugar perfumado, aunque, irónicamente, sus ores no despiden ningún aroma.
En nuestro país, forma parte de la vegetación secundaria, es decir, no es endémico del ecosistema en el que crece, no obstante, sí ayuda en la conservación y el buen funcionamiento del mismo, ya que el néctar que produce atrae polinizadores, como mariposas y abejas.
Es importante destacar que, aunque mucho se dice que su or tiene propiedades medicinales, tal información no está comprobada ni documentada científicamente, por lo que ingerirla puede tener efectos tóxicos para el organismo.
La sakura mexicana
Durante la temporada primaveral, el florecimiento del árbol de cerezo o sakura hace que todo Japón se tiña de rosa. Ese era el mismo efecto que se pretendía lograr en México, sin embargo, dado que el clima de nuestro país no es el adecuado para el cerezo, éste se sustituyó por la jacaranda, que sí logró adaptarse a las condiciones climatológicas.
No se tiene muy claro acerca de la fecha exacta en la que la jacaranda llegó a México ni tampoco quién la introdujo propiamente y la convirtió en un elemento significativo del entorno urbano de primavera; no obstante, la versión más aceptada nos remonta hacia principios del siglo XX, en tiempos del Porfiriato, e incluye el nombre de Tatsugoro Matsumoto, quien fue uno de los primeros japoneses que migró a América. Era un apasionado jardinero y florista que viajó por Bolivia, Paraguay y Argentina, y quedó fascinado por la belleza de la jacaranda, pues se asemejaba muchísimo al árbol de cerezo, característico de su país.
Matsumoto se asentó en México formalmente durante los primeros años de la centuria y estableció una florería en la colonia Roma, barrio en el que habitaban las familias adineradas, pertenecientes a la alta sociedad de la época. Sus residencias contaban con amplios jardines que necesitaban de un constante mantenimiento y no había persona más indicada para ello que este hombre japonés, pues no era un experto cualquiera, sino un arquitecto del paisaje, especialista en el ueki shi (jardinería artesanal japonesa).
Su excelente trabajo contribuyó a que se hiciera de una gran reputación que llamó la atención del presidente Porfirio Díaz y de su esposa, quienes le confiaron el proyecto de remodelar los jardines de la residencia oficial, entonces instalada en el Castillo de Chapultepec, así como los senderos del bosque que le cobija. Para esto, Matsumoto plantó cantidad de jacarandas por doquier.
En 1910, como parte de las celebraciones del primer centenario de la Independencia de México, Matsumoto acondicionó un jardín con un pequeño lago artificial a un costado del Palacio de Cristal, hoy museo del Chopo, el cual fue inaugurado por Díaz y la delegación diplomática japonesa. Después se atravesó el conflicto armado de la Revolución Mexicana, y en 1920, cuando la calma volvió, el florista le sugirió al presidente Álvaro Obregón que se plantaran jacarandas en las calles principales de la Ciudad de México, para hacerlas mucho más vistosas y atractivas.
Posteriormente, entre 1930 y 1932, el presidente Pascual Ortiz Rubio le solicitó a la embajada de Japón una donación de árboles de cerezo, para sembrarlos en México y que florecieran en la temporada primaveral, justo como lo hacen en el país nipón. No obstante, Matsumoto, quien se había convertido en el jardinero oficial de toda la diplomacia mexicana, le explicó al mandatario que el árbol de cerezo tenía nulas posibilidades de florecer en México, debido a que las condiciones de clima y temperatura no eran las adecuadas, por lo que, en su lugar, se eligió la hermosa jacaranda.
Se dice que el capricho de Ortiz Rubio nació a raíz de que hizo una visita a la ciudad de Washington, Estados Unidos, donde vio cómo las flores de cerezo engalanaban el entorno. Resulta que, por ahí del año 1912, el gobierno de Japón le obsequió a la capital estadounidense cerca de 3 mil sakuras como símbolo de amistad, las cuales continúan floreciendo.
Otra versión sobre la llegada de las jacarandas a México señala como responsable al ingeniero Miguel Ángel de Quevedo, conocido como “el apóstol del árbol”, ya que fue el fundador de los Viveros de Coyoacán, lugar que en un inicio tenía 230 jacarandas germinadas, y uno de los principales promotores de las ciudades arboladas y de la conservación de bosques, como el Desierto de los Leones. De hecho, él fue quien se encargó de importar diferentes tipos de plantas y árboles, entre los que figura la jacaranda, la cual conoció en Veracruz, procedente de Manaos, Brasil.
Si bien no se le puede otorgar el crédito a una sola persona, lo cierto es que sin la valiosa aportación de todos estos personajes, las primaveras en la capital mexicana no serían lo mismo. Altivas y majestuosas, posan sobre el Paseo de la Reforma, la Avenida de los Insurgentes, la Alameda Central, el Parque España, las calles de las colonias Roma y Condesa, y el campus de Ciudad Universitaria, por mencionar algunos sitios, ya que, en realidad, este árbol se hace presente en cualquier rinconcito de nuestra metrópoli. Es la escenografía perfecta de los días de paseo, el alcahuete de las escenas románticas, el confidente de las salidas entre amigos y, muchas veces, la estrella de las fotografías.
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