Es de noche, con un cielo despejado. De repente, en el oscuro lienzo, apenas iluminado por pequeños puntos de luz blanca, se hace presente una estrella fugaz. Es momento de pedir un deseo, esperando que se haga realidad muy pronto.
Parte de lo hermoso de la escena descrita anteriormente es que es atemporal. Ocurrió en la época prehistórica, en las primeras civilizaciones, incluso, grandes pensadores de la Antigüedad formaron parte de ella, y sigue teniendo lugar en pleno siglo XXI.
Poseedoras de un mensaje
Hoy, sabemos que las estrellas fugaces, también llamadas meteoritos, son, en realidad, pequeños fragmentos de roca, que ingresan a la atmósfera terrestre a una gran velocidad, y que, al friccionar con el aire, se van quemando, dejando, a su paso, un rastro luminoso debido al fuego que se produce.
Sin embargo, milenios atrás, se desconocía la explicación científica de este fenómeno, por lo que las sociedades primitivas creían que se trataba de un evento sobrenatural que tenía poderes mágicos. Asociaban la aparición de las estrellas fugaces con el anuncio de un próximo suceso, el cual podía ser bueno o malo; por ello, también, éstas suelen tener significados negativos. Por ejemplo, según una leyenda azteca, uno de los ocho presagios funestos que advirtieron a los indios que algo terrible sucedería (La Conquista) fue, precisamente, el avistamiento de tres meteoritos.
Algunos piensan que señalar las estrellas es de mala suerte, así como, también, lo es contarlas. No obstante, ‘el maleficio’ se pierde si se cuentan nueve astros durante nueve noches seguidas; sólo así se podrá pedir un deseo que se cumplirá.
Pero, enfocándonos en las connotaciones positivas, las de mayor peso, los primeros seres humanos pensaban que las estrellas fugaces contenían el alma de las personas, y que, cuando éstas se vislumbraban, era indicativo de que un bebé estaría por nacer. Los cíngaros o gitanos las interpretaban como una señal de protección, que mantendría alejados a los seres de las tinieblas, y como hacedoras de milagros.
Dicen por ahí que “de lo bueno, poco”. Y desde siempre, los objetos escasos o los difíciles de hallar son los más preciados; por ello, quien los encuentra se siente afortunado. Las estrellas fugaces cumplen esta regla; se les relaciona con la buena fortuna porque no se presentan a diario, de modo que, cuando lo hacen, se asume que deben traer algo positivo.
Por otro lado, en la teología de muchas culturas, el cielo y todos sus elementos se asocian a los dioses, por lo tanto, tienen simbología sagrada y milagrosa. En el cristianismo, el significado virtuoso de estos fenómenos astronómicos adquirió fuerza gracias a la figura de la Estrella del Oriente, el astro que, según La Biblia, guio a los tres Reyes Magos hacia Belén.
Por otra parte, llama la atención que quien impulsó y difundió la superstición de las cualidades prodigiosas de las estrellas fugaces fue el astrónomo griego Claudio Ptolomeo (c. 100-c. 170), pues decía que, cuando éstas surcaban el firmamento, las puertas del reino de los dioses se abrían, lo que suponía una buena oportunidad para lanzarles plegarias.
Espectáculo de estrellas
No es muy común verlas en las ciudades debido a los índices de contaminación y a las altas construcciones. Los mejores entornos para apreciarlas son aquellos que poseen cielos nocturnos despejados, como las montañas, los bosques, la playa o las zonas desérticas. Pero hay una época específica del año en la que aparecen en todo su esplendor: desde mitad del mes del julio hasta finales de agosto, período en el que tienen lugar las Perseidas, la lluvia de estrellas más hermosa y famosa según la NASA.
Se llaman así porque el punto radiante, es decir, el sitio donde se originan las estrellas, se ubica en la constelación de Perseo, aunque el espectáculo se extiende hacia una amplia área celeste, a la derecha de la constelación de la Osa Mayor. A pesar de que dura poco más de un mes, su momento cumbre siempre es entre el 12 y el 13 de agosto.
Como ya mencionamos, este fenómeno es anual y se produce por el encuentro de nuestro planeta con un montón de partículas de roca que se encuentran flotando en un área determinada del espacio. Cada que el cometa Swift-Tuttle se aproxima al Sol (lo que ocurre en ciclos de 130 años, aproximadamente), deja un cuantioso rastro de materia rocosa, como si fuera grava o granos de arena, que se queda suspendida en el espacio durante muchísimo tiempo. Por su parte, cada año, en su movimiento de traslación, la Tierra atraviesa dicho rastro de material cometario, donde las partículas, al entrar en contacto con la atmósfera, se transforman en una lluvia de meteoritos.
Aunque sepamos que no depende de las estrellas fugaces que eso que anhelamos ocurra, todos, alguna vez, hemos conversado con ellas, les hemos contado lo que nos preocupa o lo que nos hace felices y les hemos pedido más de un deseo. Esto, porque nos dan esperanza; porque tenemos un atisbo de fe en su magia. ¿Usted, qué les ha solicitado?, ¿se lo han cumplido?
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