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Soñador, visionario, explorador, escritor… Julio Verne


Poseedor de una imaginación fuera de lo común, el literato francés anticipó, en su obra, muchos de los prodigios de la ciencia y la tecnología de nuestros días





Independientemente de que la literatura cumple una función estética, que, por medio de la palabra, suscita el disfrute espiritual y sensibiliza a quien la lee, también, tiene un propósito simbólico, que conduce al lector a idear elementos maravillosos y fascinantes. Así, ha surgido el género de la ciencia ficción, una derivación que recrea al mundo y nos aproxima al futuro, colmada de objetos y ambientes fantásticos.


Entre los máximos exponentes de este género, encontramos a Aldous Huxley, con Un mundo feliz; H. G. Wells, con La máquina del tiempo; George Orwell, con 1984, y, por supuesto, la lumbrera a quien está destinado este espacio, el literato francés Julio Verne, ni más ni menos que el segundo autor más traducido de todos los tiempos, después de Agatha Christie; un visionario de muchos de los alcances de la ciencia y la tecnología durante la última centuria.


Aventurero sin poder viajar


Nacido en Nantes, Francia, el 8 de febrero de 1828, Jules Gabriel Verne comenzó a desarrollar su vocación como escritor a muy tierna edad. Se dice que este interés brotó cuando una de sus maestras le relataba los acontecimientos de su marido marinero. Durante su infancia, también, manifestó inclinación hacia la poesía y la ciencia. En esa época, surgió, igualmente, una de las grandes aficiones de su vida: la colección de artículos científicos.


Demostró su osadía desde niño, cuando se escapó de su hogar, para abordar un barco que se dirigía hacia la India; sin embargo, sus afanes aventureros fueron frustrados por sus padres.


Su progenitor, Pierre Verne, un abogado burgués de la época, le aplicó un riguroso castigo, golpeándolo con un látigo y confinándolo en una habitación, donde era alimentado, solamente, con pan y agua. Tal vez, el aspecto más estricto de la represalia fue que le hizo jurar no volver a viajar el resto de su existencia, aunque, claro está, eso no abarcaba su imaginación. De esta excepción, surgirían, más tarde, relatos maravillosos, que, hoy, son clásicos de la literatura universal.


En su juventud, ingresó a los círculos literarios de la sociedad francesa, gracias a su tío Châteaubourg. Fue así como conoció al ilustre clan de los Dumas. De Alejandro Dumas, padre, Julio recibió una importante influencia para su vida personal y oficio de escritor.


Su padre había apostado para verlo convertido en un abogado, como él; de hecho, el día de su bautizo, vaticinó que su hijo sería el encargado del bufete familiar. Y aunque Julio concluyó sus estudios de esta profesión, carecía de la vocación necesaria para ejercerla; invertía todos sus ahorros en temas ajenos al derecho y el grueso de sus horas transcurría en las bibliotecas parisinas. Por esto mismo, su progenitor decidió retirarle su financiamiento para permanecer en “la ciudad luz”.


Hacia 1856, Julio contrajo matrimonio con Honorine de Vianne, una viuda que tenía dos hijas. Si bien tuvieron un hijo en común, Michel, se dice que la relación marital estuvo desprovista de amor. Tal vez, la mayor adoración de Verne, en el plano sentimental, haya sido su prima Caroline, para quien, siempre, él pasó desapercibido.


Mejores fueron las cosas en el terreno económico, cuando Julio logró persuadir a su padre para que éste le prestara 50 mil francos, que destinaría a la Bolsa. Esta inversión le redituó al dramaturgo un considerable patrimonio.


Para 1859, Julio –que, a la postre, sería laureado con la Legión de Honor, por su aporte a la educación y la ciencia– consumó su primera novela; no obstante, su editor, Pierre-Jules Hetzel, la rechazó debido al tono agorero que asumía en su mensaje. Aun así, muchos críticos literarios aseguran que la obra de Verne trascendió gracias al impulso que le brindó Hetzel.


Cuatro años después, publicó el primero de sus ‘viajes extraordinarios’: Cinco semanas en globo, cuyo lanzamiento fue posible luego de una disciplinada crítica que Hetzel le ejerció a su trabajo, ya que la primera versión era estilísticamente atroz.


La obra le valió a Julio un éxito cabal, por lo que Hetzel le extendió un contrato de 20 mil francos, por 20 años, para que escribiera dos novelas anualmente, las cuales se integrarían a la colección titulada Viajes extraordinarios. Fue así que floreció más de medio centenar de piezas literarias de este repertorio, entre las que destacan: Viaje al centro de la Tierra, De la Tierra a la Luna, Los hijos del capitán Grant, Veinte mil leguas de viaje submarino, La vuelta al mundo en 80 días, Un capitán de 15 años, Miguel Strogoff, Dos años de vacaciones y El testamento de un excéntrico.


Pese a evidenciar una fértil imaginación plasmada en su literatura, en su momento, Verne fue blanco de numerosos detractores, que le recriminaban alterar el criterio de los jóvenes. Queda claro que esta desaprobación carece de sustento, ya que, a lo largo de varias generaciones, los títulos del ingenioso escritor han servido para cultivar el hábito de lectura, precisamente, porque estimula la imaginación y el discernimiento entre los pequeños y los adolescentes.


Tres etapas


En los escritos de Verne, se reconocen tres grandes ciclos.


En principio, uno de innovación, en el que manifiesta sus conceptos originales mediante la creación de mundos asombrosos o inexplorados para su época, como los polos terrestres, en Las aventuras del capitán Hatteras; las entrañas de nuestro planeta, en Viaje al centro de la Tierra; o el arribo a nuestro satélite natural, en De la Tierra a la Luna, novela que, publicada en 1865, se adelantó 104 años a uno de los sucesos más resonantes de nuestro tiempo: el alunizaje del Apolo 11, con tres tripulantes norteamericanos, en julio de 1969, que cristalizó la antigua aspiración humana de plantarse sobre la superficie lunar.


Una segunda edad literaria de Verne es la del esplendor de su oficio, que se caracterizó por atribuir rasgos más humanos a sus personajes. A este período, corresponde la que varios analistas califican como su pieza cumbre: La vuelta al mundo en 80 días, donde se relatan las andanzas de Phileas Fogg y su asistente, Jean Passepartout, apodado Picaporte. Fogg es un práctico caballero británico, pero, al mismo tiempo, excéntrico; Passepartout representa a un simpático mayordomo francés. Hacia el final de esta fase, comienza a agotársele la inventiva, por lo que se refugia en tratar de recrear argumentos previamente abordados.


El recrudecimiento de sus problemas personales se ve reflejado en el último estadio de su producción literaria. La desventura de su matrimonio, que nunca se sustentó en el amor, así como las desavenencias con su hijo y su maltrecha salud (era diabético) repercutieron en una literatura que se impregnó con la frustración de su autor. Su antigua concepción de que la ciencia era el sendero que conduciría a la humanidad hacia la prosperidad se transforma en la reprobación del uso del conocimiento para el aniquilamiento del hombre y las acentuadas críticas a la sociedad industrial.


Inventiva extraordinaria


De ninguna manera, se exagera al considerar a Julio Verne como el más visionario literato de la modernidad, a pesar de que, en su tiempo, fueron abundantes los que lo acusaron de quimérico.


Así, en la novela Ante la bandera, escrita en 1896, anticipa la construcción de armas de destrucción masiva, mientras que, en Robur el conquistador, publicada en el verano de 1886, prevé la creación del helicóptero. Además, prácticamente, cuatro décadas antes de que zarpara el legendario trasatlántico Titanic, Verne ya había imaginado un imponente navío, en Una ciudad flotante, de 1871. En París, en pleno siglo XX, visualiza una red telegráfica mundial, equivalente a la internet de nuestros días. El submarino, que tuvo un uso extenso a partir de la Primera Guerra Mundial, es una de las clásicas antelaciones incluidas en la ficción literaria de Verne, muy presente en 20 mil leguas de viaje submarino, editado en 1869.


Por su parte, la obra Héctor Servadac es el antecedente significativo de la carrera espacial. Héctor, el personaje principal, junto a un grupo de individuos procedentes de diferentes naciones, se ve obligado a transitar por distintos sitios del Sistema Solar debido a una hecatombe ocurrida en la Tierra. La obra fue gestada por Verne, en 1877.


Y, sin duda, uno de los frutos culminantes del idealismo verniano ha sido De la Tierra a la Luna, cuyo título completo, traducido del francés, es De la Tierra a la Luna en viaje directo durante 97 horas. En principio, se publicó en el diario de debates políticos y literarios de Francia, entre el 14 de septiembre y el 14 de octubre de 1865.


Honor a quien honor merece

La rebosante inventiva del escritor francés ha sustentado numerosos argumentos cinematográficos, en diferentes épocas, basados en sus obras. De tal suerte, 33 de las novelas de Verne se han adaptado para la pantalla grande, lo que ha dado origen a 95 filmes; esto, sin contar series para televisión. Miguel Strogoff ha sido la historia con más adecuaciones para el séptimo arte, con un total de 16, seguida de 20 mil leguas de viaje submarino, con nueve, y Viaje al centro de la Tierra, con seis.


Su copiosa y extraordinaria producción literaria le ha merecido nutridos reconocimientos en diferentes partes del mundo. Por ejemplo, Ferdinand de Lesseps, el famoso constructor del canal de Suez y el de Panamá, era un entusiasta seguidor de la obra de Verne, por lo que se atrevió a solicitar para éste la distinción de Caballero de la Legión de Honor, que se otorga a franceses o extranjeros, por sus excepcionales méritos civiles o militares. El galardón le fue concedido al literato, en 1892.


En su tiempo, la extinta Unión Soviética bautizó, con el nombre de Julio Verne, a una de las montañas de la cara oculta de la Luna, y el cosmonauta Yuri Gagarin, primer ser humano en viajar al espacio exterior, reconoció: “Fue por Verne que decidí seguir la carrera astronáutica”.

Por su parte, la Agencia Espacial Europea lanzó, en marzo de 2008, con el cohete Ariane 5, un carguero espacial, denominado Julio Verne, con destino a la Estación Espacial Internacional.


Así, hemos dado testimonio de un talento innovador, justo en el auge de la literatura naturalista, que tuvo, como exaltación, el conocimiento. Por es, el propio Verne, quien falleció el 24 de marzo de 1905, decía: “La ciencia se compone de errores, que, a su vez, son los pasos hacia la verdad”. Sí, Verne ha sido un revolucionario entre los escritores de la modernidad, alimentado por su incesante curiosidad. Un genio que, subyacentemente, reconocía algo de su excentricidad cuando pronunciaba: “Más preguntas hará un loco en una hora que un sabio en un año”.



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