top of page
Buscar
paginasatenea

¡Y todo inició por un moho!



De manera fortuita, Alexander Fleming detectó un compuesto que, con sus derivados, continúa siendo uno de los antibióticos más usados en el mundo



Alexander Fleming (1881-1955) es uno de los mas grandes benefactores de la humanidad, quien nunca imaginó los alcances que tendría su descubrimiento, la penicilina. Y aunque, también, fue pionero en el uso de antisifilíticos y colaboró en la creación de la vacuna contra la tifoidea, sin duda, su contribución más importante fue ese hallazgo, que, como otros hechos trascendentes en la historia, se dio por una casualidad y por accidente, en 1928.


Cierto día, que volvía de sus vacaciones, observó que, en un plato donde cultivaba bacterias, se había desarrollado un hongo que tenía efectos mortíferos sobre los gérmenes infecciosos. Era el primer antibiótico, la penicilina, que salvaría la vida de millones de personas a partir de la Segunda Guerra Mundial.


EI inicio

Alexander Fleming nació en Lochfield, Escocia, el 6 de agosto de 1881. Se tituló en medicina, en la Universidad de Londres, y posteriormente, mediante una beca en la Escuela de Medicina del Hospital de Santa María, se abocó al estudio de la bacteriología.


Le tocó vivir una época austera, provocada por la violencia de los dos conflictos bélicos más devastadores del siglo XX, que influyeron determinantemente en el curso de sus indagaciones. Al estallar la Primera Guerra Mundial, la mayor parte del personal de bacteriología se trasladó a Francia, para instalar laboratorios en los hospitales que se ubicaron en los campos de batalla.


Por consiguiente, aunque la medicina estaba mal remunerada, el escocés decidió dedicarse, en cuerpo y alma, a su causa. Se unió a Almroth Wright, un pionero en la terapia de vacunas, ampliamente conocido en el ámbito médico. Juntos trabajarían ocho años, buscando los agentes farmacológicos para aumentar la eficiencia de los leucocitos, en su lucha natural contra los invasores microbianos.


Pero Fleming vio interrumpida su carrera académica y, en plena guerra, fue enviado, junto con Wright, al servicio médico del ejército, donde salvaron millones de vidas gracias a la vacuna contra la tifoidea. Más adelante, tuvo la oportunidad de seguir analizando los problemas de profilaxis y encontró el remedio a la infección, que, anteriormente, era atacada por los médicos y cirujanos militares usando compuestos químicos, como el ácido carbónico y el yodo.


En 1919, fue nombrado profesor en el Royal College of Surgeons, y año después, en la incesante búsqueda de un antiséptico efectivo, descubrió la lisozima, enzima presente en secreciones corporales, como las lágrimas. Observó cómo sobre un cultivo de gérmenes de estafilococos, que había permanecido al descubierto, caían las gotas que pronto acababan con los microbios.


Llega la penicilina

Un afortunado día de septiembre de 1928 dio sentido a muchos meses posteriores de averiguación. Por ese tiempo, Fleming investigaba el virus de la influenza y estaba cultivando estafilococos. En uno de los muchos recipientes que tenía apilados en su laboratorio, notó que estaba creciendo moho y que, a su alrededor, se habÍa formado un área libre de bacterias.


Entonces, puso a prueba toda su perspicacia y capacidad para el razonamiento deductivo; pensó que esa capa de hongo contenía alguna sustancia que inhibía el desarrollo de los microorganismos, lo que le hizo gritar, entusiasmado: "iEureka!". Llamó al principio activo: Penicillium notatum.

Aunque continuó estudiando la penicilina en su laboratorio, sin dejar de lado otros proyectos, nunca la perfeccionó como un compuesto clínico útil, es decir, no procuró purificarla; quizá, porque era bacteriólogo y no químico. Sin embargo, en 1929, sugirió que podía llegar a tener importantes aplicaciones.


A salvar vidas

Para 1932, había cambiado su objeto de estudio, pero jamás dio el paso crucial: probar la sustancia con seres vivos. Más adelante, en 1938, los químicos Howard Walter Florey y Ernst Boris Chain retomaron sus investigaciones y experimentaron con ratones. Los resultados cambiaron, para siempre, el tratamiento de las infecciones bacterianas y dieron origen a una gran industria farmacéutica, cuyos productos combatieron temibles males, como la neumonía, la gangrena, la sífilis y la tuberculosis.


Durante la Segunda Guerra Mundial, las sulfas rescataron incontables vidas. El primer médico que aceptó probar en sus pacientes sifilíticos con un compuesto llamado salvarsán fue el químico alemán Paul Ehrlich; lo administró decenas de veces, con la nueva y difícil técnica de la inyección intravenosa.



"Si mi laboratorio hubiese estado equipado con el moderno instrumental de muchos otros que yo había utilizado, es posible que ijamás me hubiera topado con la penicilina".
Fleming, poco después de su gran descubrimiento.


Premio Nobel en 1945

Fleming fue nombrado Sir, en 1944 y, en 1945, compartió el Premio Nobel de Fisiología y Medicina con Florey y Chain, por sus contribuciones al desarrollo de la penicilina.


A pesar del reconocimiento mundial, continuó siendo un hombre modesto. Aseguraba que su mayor triunfo era la aceptación de su punto de vista sobre el tratamiento de las enfermedades y el estímulo a las investigaciones para encontrar nuevos antibióticos que remediaran las infecciones.


Su legado

El especialista en microbios se entregó tanto a su trabajo que tuvo una vida sentimental difícil. En 1919, se casó con Sarah Marion McElroy, que falleció en 1949. Tuvieron un hijo, que, también, se dedicó a la medicina, pero no trascendió como él. Cuatro años después, contrajo segundas nupcias con la doctora griega Amalia Koutsouri-Vourekas.


Fleming murió a los 73 años de edad, en Londres, Inglaterra, el 11 de marzo de 1955, víctima de un infarto. Pero dejó un importante patrimonio a la humanidad. Basta decir que su labor está corroborada por el aumento de la esperanza de vida de la población y, sobre todo, por la disminución radical de la mortalidad infantil.


El mundo conserva aún la imagen amable de aquel sencillo hombre de ciencia, obligado a aceptar universales elogios por su portentoso descubrimiento.



"Mi único mérito fue no , ignorar aquella sugerente capa de moho".
Fleming, meses antes de su muerte, en 1955.


Comentários


bottom of page