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El ajedrez, la guerra convertida en arte, ciencia, deporte y filosofí



El tablero está sobre la mesa, con las piezas de los dos oponentes, formadas en su lugar. El primer turno es para quien juega con las blancas, que adelanta dos espacios a uno de sus peones. Su contrincante hace un movimiento similar, el cual es respondido con un salto del caballo blanco. Avanzan los otros peones, los alfiles, las torres, los caballos otra vez y las reinas, eliminándose entre sí, descompletando al ejército rival, hasta que, al cabo de un tiempo, las figurillas sobrevivientes de ambos colores se ubican por todo el “campo de batalla”. A pesar de la ventaja inicial, hay más negras en pie, y luego de otras tantas jugadas, el rey blanco se queda solo, acorralado por la infantería contraria; entonces, la reina hace un movimiento estratégico, declarando ¡jaque mate! La partida ha terminado, pero las piezas vuelven a acomodarse para la revancha.


Así funciona el juego de ajedrez, que es, en realidad, una metáfora, una representación, la reducción, a un tablero cuadrado de 8x8 casillas y 32 piezas, de todo lo que conlleva un conflicto bélico: la estrategia, que implica múltiples posibilidades de acción, la velocidad de respuesta, el poder de decisión y el sacrificio de ciertos elementos. Todo ello hace que este pasatiempo sea considerado, como la guerra, un arte y una ciencia a la vez.


Recreación de la tragedia

El origen del ajedrez es incierto, sin embargo, en su obra Shahname (Libro de los reyes), texto más antiguo donde se hace alusión al juego por primera vez, escrito en el año 1000 (s. XI), el poeta persa Ferdousí indica que surgió en la India, en el siglo VI, a raíz de una larga batalla entre los hermanos Gav y Talhand por quedarse con el trono. Los príncipes habían acordado pelear en un campo bordeado por una profunda trinchera, de modo que ninguno pudiera escapar. Al final, las tropas de Gav acorralaron a Talhand, y aunque no lo asesinaron, éste murió montado sobre su elefante, debido al cansancio. Su madre quedó desconsolada, por lo que, para explicarle cómo habían ocurrido los hechos, Gav los recreó en una maqueta, con piezas talladas en marfil, dando origen al chaturanga, el antecedente del ajedrez.


Chaturanga es una palabra en sánscrito, que significa “cuatro divisiones” y se refiere a los elementos que conformaban el ejército indio: la infantería, la caballería, los elefantes y los carros. Por ello, el juego incorporaba estas piezas, más un rey, a quien había que defender. Cuando éste ya no tenía escapatoria, se le sentenciaba con la frase shah mat, que significa “rey indefenso”, de la que deriva el actual jaque mate.




Gracias a las rutas comerciales, principalmente la de la seda, el chaturanga llegó rápidamente a Asia Oriental y Sudoriental, a Persia y a la península arábiga, sufriendo distintas modificaciones, tanto en las reglas como en los personajes, según cada región. En Japón, por ejemplo, surgió el shogi, donde las piezas rivales capturadas pueden usarse a favor del oponente; en China, el xiangqi, en el que las fichas se colocan en las intersecciones de las casillas; y en Tailandia, el makruk, donde el rey puede saltar. Por su parte, los árabes se dedicaron a estudiar la lógica del juego y a desarrollar escritos de estrategia, y lo llevaron a Europa, tras conquistar España, en el siglo VIII, donde adquirió el nombre de ajedrez. Posteriormente, se extendió hacia el resto del Viejo Continente, aunque sólo era privilegio de la realeza y de las clases altas; España e Italia fueron los países que dominaron en las partidas durante un largo período.


El ajedrez moderno comenzó a tomar forma a finales del siglo XV, en las cortes europeas, cuando se introdujo la figura de la reina, la cual, al igual que el alfil (de al-fil, elefante, en árabe), únicamente podía avanzar una casilla a la vez; sin embargo, luego se convirtió en la pieza más poderosa, con la posibilidad de moverse libremente por todo el tablero y en cualquier dirección. Durante la época de la Ilustración, el ajedrez empezó a jugarse en las cafeterías, lo que ayudó a que ganara popularidad entre la población general.


Los genios del juego

En las décadas siguientes, la fiebre del ajedrez alimentó el espíritu de competencia, dando lugar a la organización de torneos no oficiales. El primero conocido que se celebró a nivel internacional fue en 1834, entre el irlandés Alexander McDonnell y el francés Louis-Charles Mahé de La Bourdonnais, quien resultó vencedor. Años más tarde, apareció en escena el inglés Howard Staunton, famoso por ser campeón mundial de 1843 a 1851 y por haber estandarizado el reconocido estilo de las piezas de ajedrez, diseñadas por su compatriota Nathaniel Cook, llamadas “piezas Staunton”, que es el que se utiliza en las competencias oficiales.


En 1851, en Londres, se llevó a cabo el primer torneo internacional oficial, cuyo ganador fue el alemán Aldolf Anderssen. Se le recuerda por haber vencido una partida, calificada como “la inmortal”, a costa del sacrificio de las piezas más importantes: un alfil, las dos torres y la reina.


Ya entrada la centuria de 1900, durante la Guerra Fría (período de tensión política entre la URSS y Estados Unidos), los soviéticos se posicionaron como los maestros del ajedrez, destacándose: Boris Spassky; el letón Mijaíl Tal, quien, en 1960, se convirtió en el campeón más joven de la historia, con sólo 23 años de edad; y Garri Kaspárov, que lo superó en 1985 tras ganar el título a los 22. Pero, como mencionamos al principio, que el ajedrez no es más que un reflejo de los conflictos reales, al parecer, el torneo mundial de 1972 fue un presagio de la caída de la URSS, que ocurriría dos décadas más tarde, pues el estadounidense Bobby Fischer venció a Spassky, terminando con 24 años de reinado soviético, motivo por el cual, el hecho es recordado como el “encuentro del siglo”.


De manera paralela, en los años 60, la inteligencia artificial se preparaba para ser un digno contendiente y campeón ajedrecista. En 1966, un estudiante del Instituto Tecnológico de Massachusetts desarrolló el programa Mac Hack, cuyo descendiente, el Mac Hack VI, fue el primer software computacional en jugar un torneo contra un humano y ganarlo. A principios de los 90, IBM, empresa estadounidense de tecnología, creó la supercomputadora Deep Blue, que, en 1996, logró ganarle una partida a Garri Kaspárov, aunque no le alcanzó para llevarse el título de la competencia. No obstante, al año siguiente, una nueva versión, llamada Deeper Blue, se enfrentó nuevamente contra el soviético y lo venció, consiguiendo la hazaña de ser la primera máquina en derrotar a un campeón mundial vigente.


Un pasatiempo, muchas disciplinas

El objetivo del ajedrez, como sabemos, es eliminar las piezas del ejército rival y dejar a su rey indefenso. Parece cosa sencilla, pero no lo es; para ganar una partida, o bien, perderla con honor, se precisa de mucha estrategia, analizando el rumbo que va adquiriendo el juego y anticipando los movimientos del contrincante. En este sentido, es un pasatiempo de mesa, que involucra la lógica matemática, pues ofrece posibilidades infinitas de acción. Según las estadísticas, simplemente después de la primera jugada ya existen 400 movimientos posibles, y tras la cuarta, la cantidad aumenta a 318 mil millones; por lo tanto, cada encuentro es único y se define sólo por la astucia y los errores y aciertos de cada competidor.


Por otro lado, hay quienes prefieren llamarlo un deporte, ya que implica un desgaste físico y mental, es competitivo y requiere de práctica o entrenamiento. Desde 1999, el Comité Olímpico Internacional (COI) lo reconoce como tal, y las competencias internacionales son reguladas por la Federación Internacional de Ajedrez (FIDE), quien desde entonces ha luchado para que sea incluido en los Juegos Olímpicos. Se presentó en la edición de Sídney 2000, aunque sólo como una partida de exhibición. Se había acordado que debutaría como deporte oficial en los juegos de Tokio 2020, pero, debido al aplazamiento y a la suspensión de eventos que la pandemia por COVID-19 ha ocasionado, no se sabe si podría ser este año o hasta la próxima edición, en París.



¡Jaque mate al olvido!

Claramente la filosofía del ajedrez deja grandes enseñanzas e influye de manera positiva en distintos ámbitos de la vida. Es una actividad apta para personas de todas las edades, que beneficia la salud del cerebro. Según los expertos, mejora la inteligencia y la memoria, la agilidad mental, el nivel de atención y la orientación espacio-temporal; asimismo, ayuda a prevenir el Alzheimer e incrementa la capacidad para responder rápidamente ante una crisis... Entonces, ¿jugamos una partida?


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