De medios sencillos de transporte de enfermos a extensiones de hospitales
Las guerras son un fenómeno social muy difícil de asimilar y comprender; y es que la historia de la humanidad nos ha demostrado que, en determinados contextos, han sido el camino de los pueblos para encontrar la libertad y otros derechos fundamentales; sin embargo, también, es cierto que muchas otras se han generado sólo por la ambición de unos cuantos. Pero quedándonos con la perspectiva positiva, cabe reconocer que los conflictos bélicos fueron motivo de una innovación dentro de las prácticas de atención médica de heridos y enfermos, que, desde entonces y hasta la fecha, ha contribuido a salvar muchas vidas, partiendo del recurso de la velocidad. Nos referimos a las ambulancias, cuyo concepto y sofisticación se han transformado a lo largo de los años.
El primer concepto de ambulancia
Según un artículo de la Revista de la Asociación Mexicana de Medicina Crítica y Terapia Intensiva, la acción de transportar a heridos o enfermos en algún mecanismo de carga existe desde tiempos bíblicos, aunque no especifica cómo eran. En los siglos siguientes, indica que se usaban hamacas llevadas por personas o animales, literas en camellos o, bien, se amarraba al paciente al lomo de caballos o burros.
Otras fuentes señalan que el registro más antiguo que se tiene sobre lo que entendemos como ambulancia fue un carro (carreta) con una hamaca, diseñado por los anglosajones, alrededor del año 900 d. C. No obstante, estos datos son un poco difusos e imprecisos, y aún no se habla de emergencias, sino sólo de llevar al enfermo de un sitio a otro y, quizás, en circunstancias muy específicas.
Fue hasta finales del siglo XV, en España, a raíz, precisamente, de una guerra, que se comenzó a hablar del concepto de ambulancia, aunque no como lo conocemos actualmente. En 1487, durante la conquista de la ciudad de Málaga por parte de los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, se pusieron unidades médicas militares provisionales, en carpas, cerca de las zonas de combate, para atender a los soldados heridos. A estas instalaciones emergentes, se les llamaba ‘ambulancias’ (de ‘ambulante’), ya que se desmontaban y podían reubicarse en diferentes puntos; sin embargo, los heridos eran trasladados (por vehículos militares) a dichos lugares sólo hasta después de que la batalla había terminado y el campo estaba libre, sin ningún peligro para recogerlos. Por lo tanto, la idea de emergencia seguía ausente y esa tardanza en la atención médica originaba que la cifra de muertos fuera mucho mayor.
Este fue el mismo panorama en las guerras que sucedieron en los siglos posteriores, hasta que se produjo un cambio significativo, con la Revolución Francesa (1789-1799). Dominique Jean Larrey era un joven médico francés, especializado en cirugía, quien se había unido al ejército revolucionario en 1792. En las batallas, se percató de la ineficiencia de los servicios de salud en el frente y concluyó que si muchos de los soldados que caían agonizantes en el campo fuesen atendidos a tiempo, quizá, se evitaría una gran cantidad de muertes. Sabía que no debía esperarse al término del enfrentamiento para que los hospitales de campaña levantaran a los heridos, así que propuso la presencia de vehículos que se encargaran de recogerlos inmediatamente, en campo activo, y de llevarlos, lo más rápido posible, a las estaciones médicas, que, por reglamento, se encontraban a no menos de dos millas y media de distancia.
Para ello, adaptó los carruajes de la artillería volante, que podían circular en terrenos irregulares y que eran tirados por caballos, y les montó unas cajas de madera grandes y abovedadas, con puertas de doble batiente en ambos extremos. En su interior, tenían cuatro rodillos, colocados horizontalmente, que ayudaban a deslizar la camilla hacia adentro o hacia afuera, con mayor facilidad. A estos vehículos, los llamó ‘ambulancias volantes’, porque, de alguna manera, el hospital provisional –al que se le llamaba ambulancia– se estaba desplazando; de este modo, el concepto comenzó a tomar un nuevo sentido.
El invento de Larrey se puso en operaciones por primera vez en 1793, durante las batallas libradas por el Ejército del Rin, el cual luchaba en los estados alemanes que se ubicaban a lo largo del río Rin. De acuerdo con los escritos hallados de un general, las ambulancias volantes contribuyeron a salvar la vida de muchos soldados franceses.
Un joven Napoleón Bonaparte había desempeñado un excelente papel militar durante la Revolución Francesa, y había quedado tan sorprendido por el invento de Larrey, que lo invitó a formar parte de sus campañas en Italia. Ya a su servicio, el médico creó una unidad de ambulancias y una escuela de cirugía en Milán, e impulsó el sistema de atención ideado por su colega Pierre-François Percy, en el que los soldados eran atendidos según la gravedad de sus heridas y no por su rango militar.
En 1798, las tropas de Napoleón Bonaparte se embarcaron hacia Egipto. Ahí, Larrey continuó con sus aportaciones médicas y adaptaba el sistema de los hospitales de campaña y sus ambulancias volantes de acuerdo con las condiciones de los lugares de combate, como el uso de literas sobre camellos. En la batalla de Abukir (1799), que fue la última victoria de Napoleón antes de volver a Francia, en 1801, muchos heridos lograron recuperarse gracias al servicio de las ambulancias de Larrey y por la rápida acción de los cirujanos.
Los vehículos de ambulancia operaban únicamente en escenarios bélicos; la primera vez que se utilizaron para auxiliar a la población civil fue entre 1832 y 1833, en Reino Unido. Ante el suceso, el periódico británico The Times escribió: “El proceso curativo comienza en el instante en el que se coloca al paciente en el carro; se ahorra tiempo que puede dedicarse al cuidado de éste. El paciente puede ser conducido al hospital con tanta rapidez que los hospitales pueden ser menos numerosos y estar situados a mayor distancia unos de otros”.
La gran aportación de Larrey ya se había extendido a diferentes partes del mundo. Durante la Guerra Civil Americana (1861-1865), los médicos estadounidenses Joseph Barnes y Jonathan Letterman hicieron algunas modificaciones a los carruajes, para intentar agilizar la atención. Primero, diseñaron un vehículo con dos enormes ruedas, y la caja contaba con espacio para dos o tres pacientes; no obstante, no soportaba el peso, así que fue sustituido por modelos de cuatro ruedas, los cuales se conocieron como ‘Rucker’.
Las ambulancias con motor
En las siguientes décadas, las ambulancias continuaron siendo carretas de diferentes diseños y adaptaciones, tiradas por caballos. Fue hasta finales del siglo XIX que sufrieron un cambio importante. El automóvil tenía poco de haberse inventado, en 1886, con el vehículo de motor de gasolina, de tres ruedas, de Carl Benz; tan sólo tres años después, apareció la primera ambulancia motorizada, que, al parecer, funcionaba con diésel, era muy pesada y corría a 20 kilómetros por hora. La primera a base de gasolina fue la Palliser, de la milicia canadiense, que era como un tractor tipo triciclo, con láminas de acero a prueba de balas.
Durante la Primera Guerra Mundial, la Cruz Roja envió ambulancias motorizadas a los distintos campos de batalla, no obstante, con todo y esto, las ambulancias tiradas por caballos no desaparecieron del todo; todavía en la Segunda Guerra Mundial, se utilizaban las de este tipo; aunque, posteriormente, la milicia francesa adaptó los taxis civiles para estos fines y el ejército de Estados Unidos comenzó a usar coches Modelo T, de Ford, que alcanzaban una velocidad de 75 kilómetros por hora y se desplazaban en diversas superficies.
La asistencia aérea
En ocasiones, el acceso de las ambulancias terrestres a los campos de batalla no era tan sencillo o, también, había lesionados que requerían una atención casi inmediata; para estos casos, valiéndose del equipamiento y de los protocolos de guerra, se pusieron en funcionamiento las ambulancias aéreas.
De acuerdo con la Revista de la Asociación Mexicana de Medicina Crítica y Terapia Intensiva, los primeros traslados de soldados por aire se realizaron durante el sitio de París por parte de Prusia, en 1870, mediante globos aerostáticos. Asimismo, indica que la primera vez que se utilizó una ambulancia aérea propiamente fue por obra del Servicio Aéreo Francés, quien transportó a un hombre serbio desde el campo de batalla hasta el hospital más cercano, aunque no aclara el vehículo empleado.
Después, señala que, en 1928, en Australia, se diseñó una ambulancia aérea, tripulada con personal de asistencia, que incluía a un piloto, a un médico y a una enfermera. Para 1945, llegó la ayuda por helicóptero: con el Bell 30, se logró rescatar primeramente a dos pescadores que yacían en el lago Erie, entre Estados Unidos y Canadá. Más adelante, en la Guerra de Corea (1950-1953), en agosto de 1950, con ayuda de un helicóptero Bell 47, se realizó la primera evacuación por vía aérea; gracias a ello, evacuaron a más de 20 mil pacientes y la tasa de mortalidad se redujo a 2.5 decesos por cada 100 pacientes, en comparación con los 4.5 fallecimientos en el mismo rango durante la Segunda Guerra Mundial. Este método se replicó en la Guerra de Vietnam (1955-1975), logrando una evacuación segura y salvando muchas vidas.
Más que vehículos, extensiones de hospitales
Desde que el médico Larrey ideó los coches de emergencia, al paso de las décadas, éstos se fueron perfeccionando, con el fin de atender más eficientemente a los heridos críticos; esto implica, además de la rapidez para llegar a las unidades médicas, las labores de estabilización de los pacientes durante el trayecto, lo que dio origen a la llamada atención prehospitalaria, en la que las asistencias médicas inician desde el vehículo, transformando, nuevamente, el concepto de ambulancia.
Esta tendencia comenzó a verse la primera vez que un hospital formalmente establecido ofreció su propio servicio de ambulancia; fue el Commercial Hospital de Cincinnati, en Ohio, Estados Unidos, en 1865. Le siguió el ejemplo el hospital Bellevue, en Nueva York, en 1869, por influencia de Edward Barry Dalton, un físico y médico que sirvió en la Guerra Civil Americana; eran vehículos tirados por caballos y ya contaban con un cierto equipo médico, aunque básico, cómo férulas, bombas estomacales y morfina.
Posteriormente, entre finales de 1950 y 1960, empezó a practicarse la resucitación cardiopulmonar por medio de la respiración boca a boca y el masaje cardíaco. Por su parte, en 1962, en la Unión Soviética, se publicó un artículo que hablaba sobre la atención prehospitalaria para pacientes en estado de shock o con falla cardíaca.
En 1966, James Francis Pantridge, un médico, cardiólogo y profesor irlandés, hizo una aportación más. Diseñó unidades médicas móviles terrestres, que prestaban servicio a domicilio para atender a pacientes con cardiopatía isquémica; éstas estaban equipadas con aparatos electromagnéticos portátiles y su tripulación constaba de un conductor, un médico cardiólogo y una enfermera. El inicio de la asistencia especializada desde el sitio de levantamiento del paciente redujo considerablemente la mortalidad prehospitalaria. Las ambulancias, entonces, adquirieron una nueva función más allá de sólo transportar heridos y enfermos a gran velocidad.
Con el tiempo, el nuevo sistema de asistencia fue adoptado por distintos países, para la atención de la población en general, y fue sofisticándose bajo dos fundamentos: la capacitación y entrenamiento riguroso y especializado del personal médico a bordo de los vehículos, para actuar en casos de emergencia; y el desarrollo e incorporación de equipo tecnológico para el monitoreo y estabilización de las funciones vitales.
Esta modalidad fue adoptada por Estados Unidos en 1968, y en 1972, llegó a Brasil, siendo el primer país de América Latina en ponerlo en marcha. En México, se implementó, apenas, hace 41 años, el 28 de marzo de 1982.
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