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Mictlantecuhtli



Actualmente, la percepción que tenemos del inframundo es como un sitio tenebroso y de sufrimiento, destinado a todas las almas que fueron malas en vida, donde cumplirán con una penitencia eterna por sus pecados, es decir, un infierno. Por el contrario, en el México prehispánico, se le consideraba un lugar en el que las ánimas, por fin, encontrarían el descanso perpetuo, aunque primero habrían de enfrentarse a ciertos obstáculos. En la cosmogonía mexica, por ejemplo, al ser una civilización guerrera, durante su camino por el inframundo, el difunto debía probar su valentía y superar una serie de pruebas antes de ser liberado. En los siguientes párrafos le contaremos sobre la deidad azteca de la muerte, y se dará cuenta de que comparte similitud con Hades, de la mitología griega.


Mictlantecuhtli es la deidad que impera en el Mictlán o “lugar de los muertos”, al lado de su esposa Mictecacíhuatl, diosa de la muerte, quien es la encargada de guiar a las almas de regreso para reunirse con sus familiares vivos en la celebración del Día de Muertos.

De acuerdo con una escultura encontrada en los años 90, en la entrada de la Casa de las Águilas, en el Templo Mayor, que hoy se exhibe como parte del acervo cultural del museo, nuestros antepasados concebían a Mictlantecuhtli como un esqueleto con el rostro semidescarnado y de boca grande. Lo plasmaron erguido, en posición de ataque, con garras en las manos y con el hígado expuesto, órgano asociado con el inframundo; los lóbulos de sus orejas estaban perforados y el cráneo tenía unos orificios, que sugieren que se le implantaba cabello encrespado. Asimismo, existen otras figuras o ilustraciones de distintos códices, que lo representan con el cuerpo cubierto de huesos humanos y una máscara de calavera; con un penacho de mascarones; en cuclillas; o con un grabado en la nuca en forma de serpiente de fuego.

El Mictlán era un mundo subterráneo que se ubicaba al norte, ya que el este y el oeste estaban destinados al sol, y el sur, a Tláloc. En él habitaban otras deidades secundarias; arácnidos, como arañas, alacranes y ciempiés; y animales nocturnos, como el murciélago y el búho. De hecho, los aztecas consideraban que el canto de este último era señal de mal augurio. Si bien es la morada de los difuntos, sólo admitía a los fallecidos por causa natural. Estaba formado por nueve regiones, dispuestas en forma vertical, y cada una de ellas suponía un desafío a vencer. La creencia dictaba que los muertos debían atravesarlas para poder llegar a la zona idílica, frente a los reyes del inframundo, donde habrían de encontrar la liberación. Según se dice, dicho trayecto duraba cuatro años y no se tomaba como un castigo, sino como una forma de purificación del alma.


En la cosmogonía mexica, el destino de los muertos no se determinaba por la forma en la que se condujeron en vida, sino por las circunstancias en las que fallecieron; así, quienes morían ahogados llegaban al Tlalocan; si era por dar a luz o en batalla de guerra, iban al Tonatiuhichan; mientras que el destino para los niños que morían antes de cumplir el primer año de vida era el Chichihuacuauhco, donde había árboles nodrizas. Naturalmente, el resto de los difuntos se encontraba en el Mictlán.

Los niveles del Mictlán se distribuían de la siguiente forma:

1. Itzcuintlán: Era la entrada oficial al inframundo; se trataba de un río que únicamente podía cruzarse con ayuda de un perro xoloitzcuincle. Por esta razón, era común que los aztecas enterraran a sus muertos acompañados de un cachorro.

2. Tepectli monamictlán: Era un lugar con montañas que se abrían y cerraban continuamente, por lo que era preciso encontrar el momento adecuado para cruzar.

3. Itztépetl: Significa “montaña de obsidiana”; eran cerros con pedernales, que, al momento de ser escalados, desgarraban la piel de los difuntos.

4. Iztehecayan: Aquí, el viento soplaba fracciones de hielo puntiagudo y había una sierra, dividida en ocho colinas, sobre las que nevaba intensamente.

5. Paniecatacoyan: A diferencia del estrato anterior, este lugar era una zona desértica donde no existía la gravedad, por lo que el difunto debía luchar para llegar al final del camino.

6. Timiminaloayan: Era un sendero sobre el que llovían flechas largas y puntiagudas, de manera que el difunto debía ingeniárselas para esquivarlas.

7. Teocoyohuehualoyan: Era el sitio del amo de los jaguares, quien liberaba a sus fieras para que se alimentaran del corazón de los muertos.

8. Izmictlán apochcalolca: Era el paso previo al “paraíso”; constaba de una laguna que tenía la función de limpiar el alma, para ello, recreaba los recuerdos en vida.

9. Chicuna mictlán: Aquí culminaba el recorrido tormentoso; era la entrada al aposento de la paz y la tranquilidad. Al principio, una densa niebla recibía al huésped, pero, al final, lograba reunirse con los señores del inframundo, quienes liberaban el tonalli del cuerpo, concediéndole el descanso eterno.

Llegada la celebración del Día de Muertos, las almas tenían que realizar el recorrido nuevamente, pero esta vez ya no debían enfrentarse a los retos; además, iban acompañadas por Mictecacíhuatl, quien trazaba el camino con flores de cempasúchil y las esperaba a la entrada del Mictlán, para regresar con ellas.

El culto que nuestros ancestros le dedicaban a Mictlantecuhtli era un sacrificio humano, que tenía lugar en el mes Tititl, el decimoséptimo del calendario azteca.

Enfrentamiento con Quetzalcóatl

Al no ser una deidad relacionada con la vida, son pocas las leyendas en las que aparece el señor del inframundo; la más popular tiene que ver con el mito de los soles y el nacimiento de los primeros humanos: Después de la destrucción del cuarto sol, Quetzalcóatl descendió al inframundo, para recuperar los huesos de los hombres que murieron a causa del diluvio que provocó la extinción de la humanidad de esa era. Cuando ya iba de salida, Mictlantecuhtli se enteró de la intrusión y mandó a una parvada de codornices, con el fin interponerse en su misión. Durante la lucha con las aves, Quetzalcóatl dejó caer los huesos, los cuales, al estrellarse con el piso, se partieron en pedazos. Pero Cihuacóatl, diosa de la fertilidad, mitad serpiente, que habitaba en el inframundo, recogió los fragmentos, los trituró y los mezcló con la sangre de Quetzalcóatl, para formar una especie de barro con el cual moldeó a los humanos que nacieron junto con el quinto sol.

Una variante de la historia cuenta que Mictlantecuhtli se interpuso en el camino de regreso de Quetzalcóatl y le puso un reto; si lo cumplía, podía llevarse los huesos, pero, de lo contrario, éstos debían permanecer en la tierra de los muertos. Le pidió que hiciera sonar su caracol, instrumento sagrado del Mictlán, pero éste, estratégicamente, no tenía orificios por los cuales pudiera pasar el sonido, así que Quetzalcóatl mandó llamar a los gusanos, para que lo perforaran y, después, los abejorros se introdujeron en el caracol y lo hicieron sonar con su zumbido.

El papel de Mictlantecuhtli puede compararse con el de Ah Puch, dios de la muerte en la mitología maya y uno de los señores que rigen el inframundo; la diferencia es que éste ultimo sí tiene atribuciones malévolas y se le relaciona con el perro, el búho y el jaguar. Se le describe como un esqueleto que emana olores fétidos por sus fosas nasales. De igual manera, el Mictlán es equivalente al Xibalbá, que también se conforma por nueve estratos.
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