Anteriormente, se consideraba que la hipocondría era una enfermedad que se caracterizaba por el temor a tener o creer tener la convicción de padecer una dolencia física grave; esto basándose en una interpretación errónea de los síntomas físicos. Se considera que la hipocondría debe contar con una serie de componentes esenciales, para determinar que es una enfermedad, siendo más importantes los dos primeros: sospecha de un padecimiento, miedo al padecimiento, preocupación corporal, síntomas somáticos y conductas hipocondríacas.
Cuando se presenta la sospecha de tener alguna enfermedad, existe una incertidumbre en el paciente afectado, que lo motiva a seguir buscando pruebas de que la posee. De las cualidades de esa sospecha, se desprende claramente que se trata de una idea exagerada más que de una ilusión.
Sin embargo, en los últimos años, la Asociación Americana de Psiquiatría (APA, por sus siglas en inglés) comenzó a eliminar el término “hipocondría” dentro de sus diagnósticos; esto, debido a varios cuestionamientos:
Primero, de acuerdo con sus raíces etimológicas, la palabra hace referencia a una alteración abdominal, provocando que dicho término sea anticuado y alejado de la concepción actual.
Segundo, es un concepto heterogéneo, que involucra dos vertientes diferentes: miedo a la enfermedad y convicción de la enfermedad, las cuales tienen presentaciones clínicas diversas.
Tercero, se ha considerado que dicho término es estigmatizante y despectivo.
Asimismo, en la quinta edición del Manual de Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-V), de la APA, se introdujeron dos nuevos trastornos, para reemplazar a la hipocondría: el trastorno de síntomas somáticos y el trastorno de ansiedad por enfermedad, dividiéndolos en dos grandes grupos; sin embargo, algunos autores determinaron que hasta un 75 % de los pacientes con un diagnóstico de hipocondría recibiría, ahora, el de trastorno de síntomas somáticos, mientras que el 25 % restante sería diagnosticado con trastorno de ansiedad por enfermedad. La diferencia se basa en que los síntomas somáticos, disruptivos y angustiantes aparecen en el trastorno de síntomas somáticos, en tanto que, en el trastorno de ansiedad por enfermedad, éstos se encuentran ausentes o mínimamente presentes.
Trastorno de síntomas somáticos
Se caracteriza por múltiples síntomas físicos que se presentan de manera persistente y que se encuentran relacionados a pensamientos, sentimientos y/o comportamientos excesivos e inadaptados con dichos síntomas. El DSM-V establece que es un patrón crónico de conducta de enfermedad, con un estilo de vida caracterizado por numerosas consultas médicas y dificultades sociales secundarias.
En algunos estudios, se demuestra que las funciones cerebrales derechas se encuentran mayormente desarrolladas, a diferencia de las izquierdas, en los pacientes con este trastorno, además de que se presenta una cierta hiperactividad del locus coeruleus, ocasionando la disminución del umbral del dolor y la disminución del riego sanguíneo cerebral en las zonas posteriores del cerebro.
Asimismo, las carencias afectivas durante la infancia pueden llegar a influir en la aparición de dicho trastorno, así como un modelado erróneo del concepto de enfermedad, por parte de los padres; por ejemplo: enfermaban con frecuencia, asistían regularmente a médicos y/o la enfermedad física era bien aceptada y se excusaba al enfermo de obligaciones.
También, es posible definir al trastorno de síntomas somáticos como la presencia de síntomas físicos que sugieren una enfermedad médica y que no pueden explicarse completamente por la presencia de una patología, efectos de una sustancia o algún otro trastorno psiquiátrico. Adicionalmente, los síntomas deben producir malestar clínicamente significativo o que ocasione un deterioro laboral, social o en alguna otra área importante de las actividades cotidianas del paciente. Sin embargo, los síntomas suelen ser generales y poco específicos, por lo que no se puede determinar alguna patología en particular.
Trastorno de ansiedad por enfermedad
Para que se pueda considerar un trastorno de ansiedad por enfermedad, se debe presentar, al menos, por seis meses, una preocupación generalizada y no delirante de llegar a tener una enfermedad grave, ocasionando sufrimiento y disfunción considerable de la calidad de vida. Además, la presencia de estos síntomas no puede explicarse por la presencia de otro padecimiento psiquiátrico.
Una de las características principales de este trastorno es la preocupación, no por la presencia de los síntomas, sino por la creencia de padecer una enfermedad grave en particular. Dicha sugestión toma valor por la interpretación errónea de signos y sensaciones corporales como evidencia de la enfermedad, y, a pesar de la valoración clínica, la angustia es persistente. Esto ocasiona una sobrecarga para los proveedores de la atención médica y los recursos sanitarios.
Se considera que la etiología del trastorno de ansiedad por enfermedad es ocasionada por el umbral bajo para el malestar físico y la escasa tolerancia al dolor, por lo que las personas malinterpretan los síntomas corporales, amplificando o aumentando sus sensaciones somáticas. También, puede deberse a ciertas actitudes parentales o experiencias previas hacia alguna enfermedad en particular.
De igual forma, se considera que las disfunciones de la neuroquímica en este trastorno pueden llegar a ser similares a las que se presentan en la depresión o en los trastornos de ansiedad.
En cuanto a la fisiopatología, se puede considerar que existe una hipersensibilidad a las sensaciones corporales normales, que, al añadirse a los sesgos cognitivos previos, provoca que los pacientes interpreten cualquier síntoma físico como una enfermedad médica.
Por ejemplo, cuando un síntoma o signo físico se encuentra presente, generalmente, una sensación corporal normal (como el mareo ortostático), una disfunción benigna y limitada (como los acúfenos transitorios) o un malestar corporal no indicativo de alguna enfermedad (como los eructos), la ansiedad y preocupación del paciente afectado es exagerada y desproporcionada a la severidad de la posible enfermedad.
En ambos casos, el tratamiento involucra una adecuada atención médica de primer nivel, con escucha activa al paciente, favoreciendo la relación médico-paciente; sin embargo, la psicoterapia y la psicoeducación, también, forman parte importante del tratamiento, ya que permiten que el paciente cambie su centro de atención para la aceptación de las raíces psicológicas del problema. De igual forma, se debe abordar, buscar y modificar la percepción o conducta que sostiene los trastornos.
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