Alan Smithee, el director más misterioso de Hollywood
- paginasatenea
- 5 ago
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De acuerdo con IMDb (Internet Movie Database), su nombre aparece acreditado como director en alrededor de 150 producciones de películas, cortometrajes, series de televisión y hasta videojuegos. También, ha trabajado como director de fotografía, editor, productor y guionista. Ha explorado múltiples géneros (acción, drama, ciencia ficción, westerns e, incluso, documentales), ha compartido cartel con actores de renombre y ha firmado proyectos tanto para estudios independientes como para grandes productoras, sin embargo, pocos saben realmente quién es Alan Smithee, pues no se le menciona ni aparece en las premiaciones importantes de la industria, no da entrevistas, no tiene redes sociales, nadie conoce su rostro.
Su filmografía es tan extensa como desconcertante. Entre sus títulos, figuran Muerte de un pistolero (1969), Let’s Get Harry (1986) e, incluso, una versión especial de Duna (1984), para televisión. En muchos de estos trabajos, el estilo de dirección varía drásticamente. A veces, muestra un enfoque visual sobrio y clásico; otras, una narrativa caótica o extrañamente desarticulada. A diferencia de otros directores, Smithee no tiene una línea clara ni una firma estética fácilmente reconocible. Esto, lejos de restarle valor, ha alimentado aún más el mito: ¿quién es este director que cambia de estilo como un camaleón, que parece estar en todas partes y en ninguna al mismo tiempo?
Los rumores han sido tan variados como creativos. Algunos dicen que Smithee es un director que trabaja desde el anonimato por decisión personal, ajeno a la fama y a las alfombras rojas. Otros aseguran que es un nombre colectivo, una especie de identidad secreta que comparten varios realizadores cuando quieren experimentar sin arriesgar su reputación. Incluso, hay quienes sugieren que Smithee es una invención de los estudios, una figura ficticia para encubrir disputas creativas o fracasos rotundos.
La verdad, como suele suceder en Hollywood, es mucho más extraña que la ficción. Pues bien, Alan Smithee no es una persona real, sino un seudónimo creado en 1968, por el Directors Guild of America (DGA) [Sindicato de Directores de Estados Unidos]. Surgió como una válvula de escape para aquellos cineastas que, por razones creativas, deseaban desvincularse de una obra cuyo resultado final no representaba su visión artística. Si un director consideraba que la película había sido alterada sustancialmente por el estudio o los productores, podía solicitar retirar su nombre del proyecto. Para ello, debía probar que había perdido el control creativo del filme. Si el sindicato lo aprobaba, el nombre que aparecía en los créditos era “Alan Smithee”. Este recurso también aplicaba para productores, guionistas u otros miembros de la producción que estuvieran en desacuerdo. El nombre de Alan Smithee es un anagrama de “The Alias Men”.
El primer uso del seudónimo se dio en 1969, en la película Muerte de un pistolero. Se dice que el actor principal, Richard Widmark, no tenía una buena relación con el director, Robert Totten; entonces, se contrató a Don Siegel, para sustituir a Totten. Sin embargo, este último ya había trabajado durante 25 días de grabación, teniendo casi la película terminada; en tanto que Siegel sólo contribuyó con el trabajo de una semana más. Aun así, en la edición final, ambos tuvieron cantidades aproximadamente iguales de metraje. Pese a haber participado durante más tiempo en la producción, Totten no quiso crédito alguno por la película, pues la mayor parte de su trabajo se había eliminado y el producto no se acercaba para nada a su idea original; Don tampoco aceptó el reconocimiento, por lo que la DGA aprobó que ninguno debía ser obligado a asumir la autoría de la película y autorizó que la dirección se acreditara a Alan Smithee.
Paradójicamente, este seudónimo, nacido para proteger la integridad artística, terminó convirtiéndose en un símbolo de fracaso. Cada película que aparecía firmada por Smithee resultaba ser un fiasco, por lo que el público y la crítica comenzaban a suponer que, probablemente, no se trataba de mera coincidencia y que se debía a conflictos internos de la producción. Aun así, se quedaban en puros mitos, sin tener nada confirmado, de modo que el tema llegaba a olvidarse rápidamente.
Pero el principio del fin llegó en 1997, con la película An Alan Smithee Film: Burn Hollywood Burn (Una película de Alan Smithee: Arde Hollywood Arde), una sátira que se burlaba precisamente del seudónimo. La historia sigue a Alan Smithee, un director de cine que realiza una película tan mala que intenta retirar su nombre de los créditos, sin embargo, tiene la mala suerte de que se llama igual que el único seudónimo aprobado para dichos casos, por lo que las autoridades cinematográficas le indican que no le queda de otra más que firmar con su propio nombre.
Más irónico aún, en la vida real, pese a que era una premisa interesante, el resultado fue desastroso, por lo que el director de An Alan Smithee Film: Burn Hollywood Burn, Arthur Hiller, exigió ser acreditado bajo el nombre de Alan Smithee, pues argumentó que no quedó satisfecho con el producto final, debido a que el productor monopolizó el control creativo del proyecto.
Como era de esperarse, la recepción del público no fue positiva, no sólo porque la película estuvo mal hecha, sino porque dejó al descubierto y confirmó lo que ya se venía sospechando detrás de aquel misterioso director: que no existía y que se trataba de un medio para encubrir, más allá de malas producciones, la mafia del poder de la industria cinematográfica. Ante el escándalo, en el año 2000, la DGA consideró que el seudónimo ya no era funcional y prohibió su uso. El alias que lo sustituyó fue “Thomas Lee”, que fue usado por primera vez, ese mismo año, en la película Supernova.
No obstante, el nuevo nombre no causó tanto impacto como Alan Smithee, y muchos cineastas independientes o que no están sujetos a las normas de la DGA siguen utilizando el seudónimo de Alan en algunas producciones, ya sea en su función original o como una especie de homenaje.
En cuanto a la normativa de la DGA, a los directores todavía se les permite usar seudónimos, pero éstos deben ser exclusivos y constantes para cada persona; no se pueden compartir. No obstante, quienes los utilizan lo hacen más como una forma de modestia, que para desvincularse del producto.
Hoy, “Alan Smithee” vive como un fantasma del cine moderno, una curiosidad para cinéfilos, un nombre que evoca las tensiones entre el arte y la industria. Su existencia nos recuerda que, detrás de cada película, hay una lucha silenciosa entre la visión creativa y las exigencias comerciales, y que, a veces, la única salida digna para un director es desaparecer.
Hasta los mejores directores…
Algunos cineastas que hoy son reconocidos por piezas magistrales tienen un pasado oscuro que los vincula con Alan Smithee. David Lynch, director de Terciopelo azul, Cabeza borradora, Mulholland drive, El hombre elefante, entre otras, dirigió la película Dune, de 1984; sin embargo, decidió retirar su crédito de la adaptación a televisión, por no estar de acuerdo con los cambios realizados para ese formato.
Por su parte, en Twilight Zone: The Movie (1983), también se ocupó el famoso seudónimo, pero no para esconder el nombre real de alguno de los directores, entre ellos, el gran Steven Spielberg, sino para sustituir al segundo asistente de dirección, quien quiso deslindarse del filme luego de un accidente de helicóptero ocurrido en grabación, en donde tres actores, incluidos dos niños, perdieron la vida.
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