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Andrés Manuel del Río, descubridor del vanadio

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El vanadio, con número atómico 23 y símbolo V, es un elemento químico fascinante, no sólo por sus propiedades químicas catalizadoras, sino, también, por la historia detrás de su doble descubrimiento y el origen polémico de su nombre. Se encuentra entre los elementos metálicos más importantes de la corteza terrestre y forma parte de centenas de minerales. Es un metal de gran valor científico e industrial, gracias a su capacidad para formar compuestos multicolores y por su utilidad en aleaciones, empleado en la actualidad para aceros de alta resistencia, aleaciones aeroespaciales, entre otras aplicaciones.


El naturalista, químico y minerólogo Andrés Manuel del Río Fernández, su primer descubridor, nació el 10 de noviembre de 1764, en Madrid, pero se nacionalizó mexicano y su vida científica floreció en México, entonces parte del virreinato de la Nueva España. Desde joven, se mostró inclinado por el estudio de las ciencias exactas y su interés fue creciendo hasta formarse en la Universidad de Alcalá y, más tarde, en la Escuela de Minería de Almadén.


No tardó en cruzar fronteras cuando su talento lo llevó a las más prestigiosas instituciones científicas de Europa. Amplió sus estudios en París, entre 1784 y 1788, siendo discípulo de Jean d’Arcet, profesor de química y director de la Manufacture Nationale de Sèvres, con quien se introdujo en la fabricación de porcelana, tema de interés en España, para la Real Fábrica de Porcelana. En la ciudad de Freiberg, en la Escuela de Minas de Freiberg (Sajonia, Alemania), estudió bajo la tutela del célebre geólogo Abraham Werner, entre 1788 y 1790. En París, se relacionó con las ideas de la Ilustración y aprendió los principios modernos de la química, en el ambiente prodigioso del laboratorio de Antoine Lavoisier.


En 1794, cruzando el Atlántico, arribó al puerto de Veracruz, para ocupar una cátedra en el Real Seminario de Minería de México, una institución que aspiraba a iluminar con ciencia el arte de extraer los tesoros del subsuelo, formando parte de una de las instituciones científicas más avanzadas del continente en ese momento. Allí, desarrolló investigaciones pioneras sobre la composición de minerales mexicanos, aplicando métodos analíticos que estaban a la vanguardia de su tiempo, y fundó la primera escuela formal de mineralogía del continente. En 1795, publicó Elementos de orictognosia, o del conocimiento de los fósiles, dispuestos, según los principios de A. G. Wérner, para el uso del Real Seminario de Minería de México: primera parte, que comprehende las tierras, piedras y sales.


En 1801, mientras analizaba muestras de un mineral extraído en Zimapán (Hidalgo), Andrés Manuel del Río identificó un nuevo elemento químico. Observó características inusuales, por sus propiedades de cambiar de color, y lo llamó inicialmente “eritronio”, del griego erythros, que significa “rojo”, color que toma el elemento al calentarse. Se menciona, en SINC, Ciencia Contada en Español, que entregó unas muestras a su amigo Alexander von Humboldt, para que las analizara el químico francés H. Victor Collet-Descotils, pero le respondieron, de manera equivocada, que éstas sólo contenían cromo, así que pensó que su descubrimiento había sido un error. Fue por ello que su trabajo fue recibido con escepticismo en Europa, aunque, en realidad, este nuevo elemento tenía características distintas a las de cualquier otro conocido hasta entonces.



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Unos años más tarde, un químico sueco, Nils Gabriel Sefström, redescubrió el elemento, en 1830, y lo bautizó como vanadio, en honor a Vanadis, un nombre alternativo de la diosa nórdica Freya. Sólo décadas después, se reconocería oficialmente que Andrés Manuel del Río había sido el verdadero descubridor, anticipándose por casi 30 años, gracias a Friedrich Wöhler, quien confirmó que se trataba del mismo elemento.


En su momento, lejos de rendirse, Andrés Manuel del Río continuó su labor científica y educativa. Fundó una acería en Coalcomán, Michoacán, en 1806, donde logró fabricar un acero superior al importado de Europa, aunque se menciona que su obra fue destruida por los estragos de la guerra. Más tarde, tras la Independencia, México lo reconoció como ciudadano y maestro, aunque, también, lo obligó al exilio durante las expulsiones de españoles, en 1829. En Filadelfia, acogido por la American Philosophical Society, como miembro, a los 64 años, continuó con sus estudios en minerales y con la enseñanza de la mineralogía, como su gran pasión. 


La importancia de su legado

Andrés Manuel del Río fue un destacado mineralogista y uno de los pilares en la creación del Palacio de Minería, en la Ciudad de México, institución que sentó las bases para lo que, hoy, conocemos como el Instituto de Geología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Su influencia trascendió fronteras, siendo miembro activo de varias sociedades científicas alrededor del mundo, tales como la Real Academia de Ciencias Naturales de Madrid, la Sociedad Werneriana de Edimburgo, la Real Academia de Ciencias del Instituto de Francia, así como diversas sociedades científicas en Leipzig y Filadelfia. Además, se menciona que, aparte de trabajar en  minas en el distrito minero de Real del Monte (Hidalgo) y de establecer una ferrería en la sierra de Coalcomán, sus dotes de tecnólogo en diseño, proyección y ejecución de obras de ingeniería, hidráulica e industrial fueron las primeras de su género en el Nuevo Continente.


Su labor científica fue vasta y significativa. Publicó unos 50 trabajos científicos en español, francés, alemán e inglés, describió múltiples especies minerales y desarrolló métodos innovadores para la extracción de estos recursos. Su legado permanece vigente y se refleja en el Premio Nacional de Química que lleva su nombre, así como en la historia misma de la ciencia en América Latina.

 

La historia del vanadio y la figura de Andrés Manuel del Río van de la mano. Su contribución es, ahora, valorada como uno de los primeros avances químicos realizados en el continente americano; un claro ejemplo de cómo el conocimiento científico puede surgir, incluso, desde los márgenes y brillar con fuerza a lo largo del tiempo, porque la verdad siempre sale a la luz. Del Río dedicó su vida a la ciencia y a la enseñanza, convirtiéndose en una pieza clave del pensamiento ilustrado y dejando una huella imborrable en la historia de la ciencia.


Murió el 23 de marzo de 1849, con 84 años de edad, en la Ciudad de México, sin ver plenamente reconocido su hallazgo, pero su legado permanece vivo en la tabla periódica, en los nuevos avances sobre el posible uso del vanadio en las funciones biológicas y en el ámbito industrial, así como en la memoria científica de México y del mundo.

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