top of page

Basura espacial, una gran amenaza

Además de contaminación fuera de nuestro planeta… ¿una nueva forma de “meteoritos”?



ree

En octubre de 1957, la Unión Soviética lanzó al espacio el Sputnik 1, siendo el primer satélite artificial de la historia. Estuvo activo alrededor de 21 días, pero permaneció en órbita cerca de tres meses, hasta que, en enero de 1958, reingresó a la atmósfera terrestre, desintegrándose.


A partir de ese momento, inició la carrera espacial, y, de acuerdo con la revista ¿Cómo ves?, de la UNAM, desde entonces, se han puesto en órbita más de 7 mil satélites, y la suma sigue aumentando, según la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés). Al igual que el Sputnik 1, muchos de ellos se han desintegrado al volver a la Tierra; sin embargo, otros tantos, siguen deambulando en el espacio cercano, aun cuando ya no están en actividad, convirtiéndose en lo que llamamos basura espacial.


La basura espacial se refiere a cualquier objeto artificial en órbita terrestre que ya no cumple una función útil o cuya misión ha terminado. Esto incluye satélites fuera de servicio, partes de cohetes, fragmentos de éstos producidos por colisiones o explosiones, e, incluso, herramientas o residuos dejados accidentalmente por astronautas, y que pueden permanecer ahí por siglos.


Lógicamente, estos restos son de tamaños variados. De acuerdo con las últimas actualizaciones de la NASA y la ESA, se tienen identificados alrededor de 26 mil fragmentos de basura espacial de más de 10 centímetros de tamaño, más de un millón de residuos de entre uno y 10 centímetros, y varios millones de materia de menos de un centímetro. De estos, la ESA reportó, en 2024, más de 130 millones de objetos de más de un milímetro, y la cifra exacta de partículas basura menores a ese tamaño es incalculable. Todo esto, en total, suma unas 9 mil toneladas de basura.



Sobre la basura dejada por astronautas, la misión Apolo 11, en la que el hombre llegó a la Luna, en julio de 1969, no sólo significó “un pequeño paso para el hombre y un gran salto para la humanidad”, sino, también, un aporte para la contaminación espacial, pues Neil Armstrong y Buzz Aldrin dejaron en la superficie lunar dos pares de botas, un conjunto de herramientas y cuatro bolsas para el vómito.
En 2006, Sunita Williams perdió su cámara mientras intentaba retirar un panel solar atascado en la Estación Espacial Internacional. Y, al año siguiente, en otra misión, se perdió una bolsa llena de herramientas.


Diminutos pero peligrosísimos


ree

El problema de la basura espacial va mucho más allá de sólo la contaminación humana del universo. Por supuesto que es lamentable que, no contentos con el daño que le hemos hecho a nuestro propio planeta, estemos contaminando también el universo; sin embargo, para las inmensas dimensiones del espacio exterior (tan sólo el universo observable tiene un diámetro de 93 mil millones de años luz), la cantidad de basura acumulada no representa gran cosa para éste; más bien, supone una amenaza para la Tierra misma.


Y es que toda esta chatarra espacial no está distribuida por todo el universo, sino que deambula, de forma desigual, en torno al planeta, acumulándose principalmente en dos zonas de altitud. La primera es la órbita terrestre baja (LEO, por sus siglas en inglés), que abarca el área situada entre los 160 y 2000 kilómetros de altitud. Ahí es donde llegan todas las misiones espaciales tripuladas, donde se encuentra la Estación Espacial Internacional (EEI) y donde se ubican el telescopio Hubble, los satélites de reconocimiento fotográfico y de observación del medio terrestre y el clima. La otra zona es la órbita geoestacionaria (GEO), a más de 36 mil kilómetros de altitud, que aloja a la gran mayoría de los satélites meteorológicos y de telecomunicaciones.


La basura ahí presente orbita la Tierra a velocidades, según la ESA, entre 7 y 8 km/s, haciendo que, incluso, un fragmento de tamaño milimétrico posea la energía suficiente como para convertirse en una verdadera arma de destrucción, pues puede impactar con alguna nave, dañando su estructura o hasta propiciar su destrucción; con algún satélite activo, afectando su funcionamiento y poniendo en riesgo los servicios satelitales, como las comunicaciones, los sistemas de posicionamiento global, etcétera; e, incluso, podría perforar el traje de algún astronauta que se encuentre realizando una caminata espacial, poniendo en riesgo su vida. Para que se dé una idea, según la ESA, un fragmento de un centímetro de tamaño tiene la energía de una granada en mano.


Sin dejar de mencionar que dichas colisiones, generarían, a su vez, más partículas basura y, por ende, más riesgo, ya que podrían desencadenar el llamado “síndrome de Kessler”, una reacción en cadena de choques que podría destruir un número incalculable de naves y satélites en órbita, dejando millones de escombros más saturando la zona, al grado de dejar en desuso sectores completos de la órbita terrestre debido a la cantidad de materia.


Al momento, la basura espacial alrededor de la Tierra es tanta que no sólo dificulta cada vez más la labor de los satélites en activo (por ejemplo, durante la primera mitad del 2025, SpaceX tuvo que realizar más de 144 mil maniobras para esquivar objetos chatarra), sino que, también, está interfiriendo en el trabajo de los astrónomos para realizar observaciones telescópicas del cielo nocturno para estudiar las estrellas, comprometiendo posibles nuevos descubrimientos.

 

 

Ejemplos de colisiones
En enero de 2007, el ejército chino lanzó un misil balístico de prueba, el cual impactó contra el satélite meteorológico Fengyun-1C, que orbitaba la Tierra a una altura de casi 850 kilómetros, produciendo, al menos, 150 mil fragmentos de basura espacial de más de un centímetro.
En septiembre de 2009, el Iridium 33, satélite estadounidense de telecomunicaciones, activo en ese momento, colisionó, a gran velocidad, con el satélite militar ruso Kosmos 2251, que estaba fuera de servicio desde 1995. El siniestro generó más de 2 mil pedazos mayores a 10 centímetros, más cientos de miles de fragmentos más pequeños. En 2012, uno de esos trozos de chatarra de 10 centímetros, puso el peligro a la Estación Espacial Internacional, obligándola a elevarse de su órbita unos 300 metros, para evitar una colisión.


Por su parte, muchos de esos residuos no permanecen en el espacio, sino que regresan a la Tierra. De hecho, según información de Infobae, Jonathan McDowell, astrofísico del Instituto Smithsoniano, indica que, en promedio, un objeto diario de basura espacial atraviesa la atmósfera terrestre. Sin embargo, los expertos señalan que, en la actualidad, la probabilidad de que a una persona le caiga uno de estos fragmentos es 65 mil veces menor que la de ser impactada por un rayo; 1.5 millones de veces menor que sufrir un accidente doméstico; y mucho menos posible que ser golpeada por un meteorito, ya que las partes, como mencionamos al principio, tienden a desintegrarse en la atmósfera.


No obstante, se han presentado casos en los que objetos de gran tamaño pueden sobrevivir al viaje y sí impactar en alguna parte del planeta, ya sea una zona desolada, como un desierto, o una poblada, como una ciudad. Una cápsula de SpaceX, por ejemplo, cayó sobre un campo australiano en agosto de 2022, según Ted ED. En ese mismo país, en octubre de este año, fue encontrado un objeto metálico de gran tamaño y aún humeante en una carretera, y las investigaciones posteriores sugieren que se trata de una parte de un cohete chino, lanzado en septiembre. También, se han reportado eventos similares en Florida, en Canadá y en Argentina. En adición, la ESA informó que, en 2024, mil 200 objetos intactos reingresaron a la Tierra, y se proyecta que esa actividad continúe.


Las labores de limpieza


El satélite estadounidense Vanguard I fue lanzado en 1958 y dejó de operar en 1964; sin embargo, aún sigue deambulando alrededor del planeta, siendo el artefacto más antiguo aún en órbita, el cual representa un grave peligro, que, si no se retira o soluciona, puede permanecer en el espacio por muchas décadas más o hasta que algo catastrófico suceda.


Es por ello que las agencias espaciales de diversos países alrededor del mundo están comenzando a tomar medidas de limpieza del espacio cercano a la Tierra y de la Luna, con el fin de eliminar, lo más que se pueda, la basura espacial.


Uno de los frentes más importantes es prevenir que los nuevos satélites y cohetes generen basura. Por ejemplo, en la zona GEO, las agencias espaciales acordaron que los satélites que terminan su vida útil deben abandonar esa órbita para liberar espacio. Normalmente, se les reserva combustible para la maniobra final. En LEO, la estrategia es controlar el reingreso a la atmósfera al final de la vida útil del satélite, para que se queme o sea removido. Sin embargo, a veces, los satélites ya no pueden maniobrar cuando llega el momento. Algunas ideas innovadoras incluyen inflar globos al final de la vida útil, para aumentar la fricción atmosférica y acelerar el reingreso, o el uso de redes gigantescas o láseres para frenar piezas.


Sobre la eliminación de los desechos que ya existen, algunos expertos han propuesto utilizar láseres, tanto terrestres como espaciales, o bien, remolcadores espaciales, para desviar la basura a órbitas más altas o hacia la atmósfera terrestre para su desintegración o recuperación controlada. No obstante, estas acciones no son tan sencillas de ejecutar, pues requieren de una gran inversión económica, combustible, ingeniería y acuerdos internacionales.


Si queremos que la órbita terrestre siga siendo funcional para generaciones futuras, no basta con explorar el espacio, también, debemos cuidarlo.

 

 

 

 

Comentarios


bottom of page