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Coatlicue, la madre de los dioses



Una de las leyendas prehispánicas más interesantes del panteón de los dioses mesoamericanos, es la protagonizada por la diosa Coatlicue, “la de la falda de serpientes”; nombre derivado de la conocida representación escultórica, encontrada en 1790, en la antes llamada Plaza Mayor de Tenochtitlán, que hoy en día es el Centro Histórico de la Ciudad de México. Actualmente, dicha escultura que personifica a un siniestro personaje, cuya cabeza está formada de dos serpientes y varios de esos reptiles colgando de su cintura, se ha convertido en una de las piezas más emblemáticas del Museo Nacional de Antropología.


Dentro de los dioses aztecas, Coatlicue encarnaba a la deidad de la vida y de la muerte, y a la madre de los dioses, de los hombres y de la tierra; por lo tanto, era la representación más intrínseca de la relación entre la vida y la muerte. Pero, detrás de su extraña figura, se esconde una interesante historia, lo invitamos a conocerla.


Al principio de los tiempos, había una mujer de nombre Coatlicue, quien vivía en Coatepec (el monte de la serpiente), por el rumbo de Tula, donde hacía penitencia barriendo. Era una diosa sedienta de sacrificios humanos y madre de los Centzon Huitznáhua, los 400 surianos, y de la diosa Coyolxauhqui. Su esposo era Mixcóatl, la serpiente de las nubes y dios de la persecución.


Un día mientras barría, cayó del cielo un hermoso plumón, que lucía como una fina bola de plumas, la cual recogió y colocó en su seno. Al terminar de barrer, buscó la pluma que había guardado y, al no encontrarla, se dio cuenta que estaba embarazada. Entonces contó a sus descendientes lo ocurrido, pero éstos se ofendieron muchísimo, ya que, según la tradición, una diosa sólo podía quedar embarazada en una ocasión, aquella en la que debía dar vida a la auténtica descendencia divina, y ninguna más.


Al enterarse que su madre estaba embarazada, los 400 surianos se enfurecieron: “¿quién ha hecho esto?, ¿quién la dejó encinta? Nos afrenta, nos deshonra”. Y su hermana Coyolxauhqui, quien los gobernaba, los convenció de asesinar a Coatlicue. Así, los dioses conspiraron para matar a su madre y se alistaron para partir a la montaña.

Sin embargo, uno de los surianos, Cuahuitlícac, se arrepintió de lo que sus hermanos estaban apunto de cometer, así que fue con su madre y lo confesó todo.

Coatlicue estaba muy asustada y triste al conocer la reacción de sus hijos dioses; no obstante, su hijo Huitzilopochtli, quien permanecía en su seno, la consoló, diciéndole que él la iba a proteger: “no temas, yo sé lo que tengo que hacer”.


Aunque la madre de los dioses aún se encontraba en período de gestación, Coyolxauhqui, ayudada por sus hermanos, la decapitó. Pero Huitzilopochtli, dios del sol y la guerra, al estar en el vientre de Coatlicue, de inmediato surgió del cuerpo de su madre, convertido instantáneamente en adulto. Apareció armado, con un escudo de plumas de águila, un lanza dardos y unos dardos hechos de turquesa.


Como preparativos para la batalla, Huitzilopochtli pintó sus brazos y piernas de color azul, dibujó su rostro con franjas diagonales, colocó plumas sobre su cabeza y, en el pie izquierdo, se puso una sandalia también cubierta de plumas. Así, controlando una serpiente de fuego, llamada Xiuhcóatl, mató a su media hermana, a quien después le cortó la cabeza, haciendo que su cuerpo, totalmente desmembrado, rodara y cayera en pedazos.

Más tarde, lanzó la cabeza de Coyolxauhqui hacia el cielo, la cual se convirtió en la luna; en cambio, el resto del cuerpo de la diosa fue arrojado a la profunda y oscura garganta de una montaña, donde quedó para siempre.


Posteriormente, Huitzilopochtli siguió persiguiendo sin piedad a los 400 surianos, desde la cima de Coatepec hasta el pie de la montaña, sin que ellos tuvieran oportunidad de defenderse. Muchos rogaban por su perdón, pero sólo unos pocos pudieron escapar y librarse de una muerte terrible, bajo la ira del dios de la guerra. Aquellos que lograron escapar, se dirigieron hacia el Sur, en donde sus cuerpos se convirtieron en estrellas. Por su parte, como Huitzilopochtli ya había vengado la muerte de su madre, descendió a la tierra, donde los mortales buscaron su ayuda.


El dios de la guerra respondió a los gritos de siete tribus humanas, que provenían de una isla paradisíaca llamada Aztlán, pero habían sido expulsados por las élites de ese lugar. Así fue, cómo el dios del sol prometió que tendrían un nuevo hogar con abundante luz natural, agua y tierra fértil para cultivar maíz, sólo que esa es otra historia…


La leyenda de Coyolxauhqui y su desmembramiento causado por Huitzilopochtli es considerada como la explicación del fenómeno de las fases de la luna, ya que ésta muere para dar paso al nacimiento del sol.
En el Templo Mayor, al igual que en la leyenda, un victorioso Huitzilopochtli se encontraba en la cima del edificio, mientras que Coyolxauhqui es representada por un monolito de piedra, descubierto el 21 de febrero de 1978, el cual yacía desmembrado a los extremos de la escalinata derecha de aquel templo en la antigua Tenochtitlán.
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