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Cómo la pijama conquistó al mundo… y nuestra cama


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La hora de dormir es un momento muy íntimo y personal, en el que todos buscamos generar un entorno cómodo en el cual entregarnos al sueño. Esto incluye la cama; la dureza o suavidad de las almohadas, la presencia o ausencia de cobertores o sábanas; y, por supuesto, la pijama, aquella indumentaria con la que nos presentamos cada noche ante Morfeo, que, en la actualidad y en términos generales, es una prenda o conjunto hecho de diferentes telas, colores, estampados y modelos, confeccionado exclusivamente para la acción de dormir. Sin embargo, para algunos, quizá, más prácticos, es un short o un pantalón cómodo cualquiera y una playera vieja, que, como dicen, alguna vez, fue ropa para salir, después, se convirtió en ropa para dormir, y, en un futuro, se transformará en trapo para limpiar.

 

Sea cual sea el caso, al momento de dormir, nuestra cama se vuelve también “una pasarela de moda”; por un lado, por la creatividad de las personas para armar atuendos con su ropa casual vieja, mientras que, por el otro, por la variedad de diseños y estilos para las pijamas propiamente, tanto para hombres como para mujeres. Y es que, lo que hoy consideramos una prenda doméstica para descansar, en sus orígenes, fue indumentaria para el exterior y símbolo de estatus.


De la India a Inglaterra

De acuerdo con el Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia de la Lengua Española, la palabra “pijama" deriva del hindi pāe-ǧāma, el cual, a su vez, surge del persa pāy (pierna) y ǧāme (ropa), que se traduciría como “prenda para las piernas”. Originalmente, no se trataba de ropa de cama, sino de un pantalón holgado, sujeto con un cordón a la cintura, que vestían los hombres de la Antigua India, Persia y el sudeste asiático. Su uso se daba tanto en contextos domésticos como sociales, especialmente, en las clases altas, donde se elaboraban en sedas bordadas o algodones finos. Se acompañaba con una túnica o camisa holgada y de manga larga, llamada kurta.



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Pero fue entre los siglos XVII y XVIII, con la llegada de los europeos y la expansión del Imperio británico en la India, que la historia de la pijama dio un giro inesperado. Los ingleses, fascinados por la comodidad de esta prenda, comenzaron a usarla como ropa informal y de descanso. En sus constantes viajes de ida y vuelta a Europa, poco a poco, los aristócratas fueron llevando esta moda oriental. Según National Geographic, uno de ellos fue William Feilding, el primer conde de Denbigh, quien, en 1631, durante un viaje a la corte del shah Safi de Persia, adquirió una pijama y una kurta de seda roja, y, tras regresar a Inglaterra, se hizo retratar con ellas puestas.

 



La pijama como símbolo de modernidad

Antes de la llegada de las pijamas a Europa, lo común era que tanto hombres como mujeres durmieran con camisas largas (camisones), de herencia medieval. Estas prendas eran simples, blancas, de lino o algodón, pensadas más para la higiene (proteger las sábanas del contacto con el cuerpo) que para el estilo.


A partir de 1870, los pantalones pijamas empezaron a difundirse entre los hombres británicos adinerados como una opción más masculina y moderna para dormir que el camisón. Eran símbolo de exotismo y clase, pues quien usaba pijamas tenía algún vínculo con las colonias, con el mundo más allá de Europa.

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Su popularidad creció en el siglo XX, especialmente en Francia e Inglaterra, donde las pijamas comenzaron a producirse en telas más refinadas, como la seda, con botones, cuellos y puños, adoptando, incluso, ciertos códigos del traje masculino.



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La irrupción femenina

A principios del siglo XX, las mujeres comenzaron a explorar nuevos roles sociales, laborales y personales. Con esta transformación, vino, también, la búsqueda de mayor libertad en el vestir.


Fue Coco Chanel, en los años 20 de aquel siglo, quien popularizó las pijamas de playa, una variante femenina que combinaba el estilo masculino, con telas suaves y cortes elegantes. Era más que una prenda de descanso: era un manifiesto. Las mujeres podían dormir, caminar y descansar en prendas que no oprimían el cuerpo.


Durante las décadas de 1930 y 1940, las pijamas femeninas evolucionaron en múltiples formas: desde los conjuntos de seda con pantalón y blusa hasta pijamas con encajes y transparencias, diseñadas para ser tanto sensuales como cómodas. Al mismo tiempo, la industria cinematográfica y la cultura popular comenzaron a representar la pijama como símbolo de glamour; basta con pensar en las escenas nocturnas de actrices como Katharine Hepburn, Marlene Dietrich o Rita Hayworth.


Las pijamas después de la guerra

Tras la Segunda Guerra Mundial, las pijamas comenzaron a hacerse populares en muchas partes del mundo, en especial, gracias a que llegaron a Estados Unidos, donde encontraron una producción masiva, llevándolas al alcance de la población en general. Los avances tecnológicos en tejidos (como el rayón, el nylon y el poliéster) permitieron una maquila a bajo costo. La clase media adoptó esta prenda como parte esencial del vestuario familiar, y comenzaron a aparecer modelos infantiles, estampados con motivos lúdicos y divertidos.


En los años 50 y 60, se consolidó la imagen clásica de la pijama occidental: camisa de botones y pantalón largo. Para las mujeres, los baby dolls (pijamas cortas con encaje y transparencias) se volvieron populares, mezclando comodidad y erotismo dentro del espacio privado del hogar.


A partir de los años 80 y 90, estas prendas comenzaron a reflejar el espíritu de la cultura pop. Los personajes animados se volvieron parte de los estampados y las pijamas se volvieron protagonistas de rituales domésticos: pijamadas, cuentos antes de dormir, fotografías navideñas... Ya no son atuendos o ropa íntimos, si no que llegan, incluso, a presumirse.


Así, la pijama no es una simple prenda de dormir; es una manifestación cultural que refleja cómo vivimos el descanso y cómo lo hemos transformado, también, en un espacio de estilo.

 

 

 

 

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