Invento de una mujer latina, que todos llevamos en el bolsillo
Desde que el médico húngaro Ignaz Semmelweis descubrió que, dentro del ejercicio médico, el lavado de manos era un sencillo pero eficaz método para evitar la transmisión de gérmenes y bacterias médico-paciente, en los hospitales del siglo XIX (los cuales no eran, para nada, higiénicos en esa época), esta medida se fue adoptando hasta convertirse en una actividad fundamental no sólo dentro de la práctica médica contemporánea, sino, también, en el día a día de las personas, utilizando dos simples elementos: agua y jabón. Sí, estaba demostrado que la antisepsia salva vidas y evita la propagación de enfermedades.
Para 1966, el lavado de manos era ya un hábito universal, un credo, especialmente, en clínicas, hospitales y todo lo relacionado con la atención a la salud; sin embargo, aún, existía una posible brecha. En un hospital de Bakersfield, en California, Guadalupe Hernández, una estudiante latina de enfermería, notó que, en ciertas ocasiones, los médicos y enfermeros, ella incluida, no podían asearse las manos del todo, debido a que no tenían agua y jabón tan al alcance. Si bien la asepsia era rigurosa antes, durante y después de una cirugía, en la atención clínica cotidiana, es decir, entre tareas menores o entre pacientes, no siempre había la debida higiene, por las razones ya mencionadas.
Dicha situación le causaba mucha angustia y preocupación a Guadalupe, pues sabía de la suma importancia de la limpieza. Esto la llevó a pensar en una forma de que sus colegas y doctores pudieran tener una solución antiséptica disponible en todo momento para la higiene de las manos.
La idea del producto en cuestión le vino una noche, en su casa, mientras veía una entrevista en un late night show. En ella, un hombre le decía al conductor del programa, que gran parte de su fortuna la había generado gracias a sus invenciones, e hizo énfasis en la importancia de patentarlas; asimismo, con el fin de ayudar a aquellas mentes emprendedoras que estuvieran escuchando sus palabras en ese momento, el entrevistado proporcionó un número telefónico para asesorar a quien estuviera interesado.
En aquel tiempo, era más que sabido que el alcohol tenía propiedades para esterilizar. De hecho, esta sustancia era utilizada por el médico griego Claudio Galeno, en el siglo II, para el tratamiento de heridas, al igual que por el cirujano francés Guy de Chauliac, durante la Edad Media; y su acción antimicrobiana quedó comprobada científicamente en 1875.
Con esto en mente, Guadalupe pensó en un gel desinfectante, hecho a base de alcohol, el cual podía ser fácil de transportar o de estar al alcance en cualquier lugar donde no hubiera acceso al agua y al jabón. Llamó al número que vio en televisión y, después de un corto tiempo de elaboración y trámites legales, logró patentar su invento.
Este nuevo producto, entonces, comenzó a usarse exclusivamente al interior de hospitales y clínicas, y así se mantuvo durante las siguientes dos décadas. No obstante, pese a que la patente pertenecía a Guadalupe, en 1988, la empresa privada Gojo lanzó Purell, siendo el primer gel antibacterial para todo público.
Al principio, las personas no entendían muy bien cuál era su utilidad o no lo consideraban muy necesario, pues no estaban acostumbrados a un producto como ese; sin embargo, poco a poco, fueron familiarizándose con él y éste comenzó a volverse, cada vez, más popular; sobre todo, a partir del brote de enfermedades, como el SARS y las gripes aviar y porcina.
Pero fue hasta el año 2009 cuando el gel antibacterial se convirtió en un producto verdaderamente masivo y en el compañero personal y de bolsillo de la gente, a causa de la epidemia de gripe H1N1. Y es que, justo como sucedió en la reciente pandemia de COVID-19, en aquel entonces, las campañas de comunicación y de salud enfatizaron en la relevancia del lavado de manos, para evitar el contagio de la enfermedad, y recomendaban ampliamente el uso del gel sanitizante como una alternativa efectiva en caso de no tener acceso al agua y al jabón.
Sobre Guadalupe, después de su gran hazaña, se le perdió la pista, pero se ha quedado en la historia gracias a su idea ganadora. Su nombre aparece en el libro The growth and development of nurse leaders (El crecimiento y desarrollo de líderes de la enfermería) [2010], escrito por Angela Barron McBride, el cual habla acerca de las enfermeras que hicieron grandes aportes a su profesión, al sector salud y a la humanidad. Entre las personalidades incluidas, además de Guadalupe Hernández, están Florence Nightingale, precursora de la enfermería profesional contemporánea, y Jean Ward, que ayudó a combatir la ictericia en los bebés recién nacidos.
Aunque fuera conocido desde años atrás y usado en ciertas ocasiones, de vez en cuando, a raíz de la emergencia sanitaria mundial de COVID-19, hoy, se le ve en todos lados; es el portero que nos recibe a la entrada de cualquier inmueble, el recepcionista con el que nos encontramos primero en cualquier escritorio y mostrador de toda oficina, y el ‘Pepe Grillo’ que cargamos dentro de nuestros bolsos o mochilas cuando estamos en la calle, que, constantemente, nos recuerda que hay que higienizarnos las manos.
Y es cierto, dentro del entorno médico y hospitalario, cuando no hay agua y jabón al alcance, es común ver a los doctores, enfermeros y al personal de la salud, en general, desinfectándose las manos con gel o alguna otra solución sanitizante, justo como lo pensó Guadalupe. Eso sí, siempre lavándose las manos correctamente con agua y jabón a la primera oportunidad en la que se tenga acceso a ellos, una regla que aplica, también, para toda la población.
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