Una de las maravillas de estas joyas, aparentemente sencillas, es que dotan de elegancia a cualquier sitio sobre el que se posan. Ya sea que estén presentes en un collar, un brazalete, un tocado, unos pendientes o bordadas en alguna prenda, es suficiente para distinguir y elevar a un alto nivel el estatus de su portador.
Las perlas son consideradas gemas de carácter biogénico debido a que provienen de una criatura viva: las ostras o almejas, que son un tipo de moluscos. Se pueden dar tanto en entornos de agua salada como dulce, y son un objeto muy valorado no sólo por su belleza estética, sino porque son muy raras y difíciles de encontrar; y es que su formación natural se da de manera espontánea, tarda varios años y no todas las ostras las producen; se calcula que sólo una de cada 10 mil lo hace.
¿Cómo nace una perla?
Es curioso saber que las perlas son la evidencia de que el sistema inmunológico de las ostras funciona correctamente, ya que son resultado de un mecanismo de defensa contra agentes invasores.
El proceso de gestación de una perla inicia a partir de un evento que ocurre por casualidad: cuando un grano de arena, un microorganismo o cualquier otra partícula, a lo que se le denomina irritante, se incrusta en la parte interna de las válvulas de la ostra o almeja. Ante esto, el molusco reacciona y comienza a secretar el llamado nácar, una sustancia brillosa y con toques tornasol, compuesta por una mezcla de cristales de carbonato de calcio (CaCO3) y la proteína conquiolina o perlucina, con el fin de encapsular al irritante. La gema se forma después de que la partícula se ha cubierto con varias capas de nácar. El tiempo que tarda es variable; puede ir desde los dos hasta los 10 años.
A las perlas que se crean de la manera antes descrita, se les conoce como ‘naturales’; sin embargo, existen las ‘cultivadas’, que son aquellas que surgen también de las ostras o almejas, pero con la diferencia de que el irritante es introducido de forma intencional por el hombre, a través de una incisión delicada. Esta práctica surgió de la necesidad de cubrir la alta demanda de estas gemas para la industria de la joyería, la moda y hasta la cosmética. Hoy en día, la mayoría de las perlas que se encuentran en el mercado son cultivadas, y aunque su valor es mucho más accesible que las producidas naturalmente, no dejan de ser costosas.
Múltiples formas, tamaños y colores
La imagen más común de las perlas es la de pequeñas esferas de color entre blanco y crema, no obstante, éstas son las más raras de conseguir y, por ende, las más caras, ya que no se puede controlar la manera en la que se moldearán las capas de nácar dentro de la concha. De este modo, existen perlas ovaladas, de gota y las amorfas. Asimismo, las hay en distintos tamaños. Estas características, al igual que sus variantes cromáticas, dependen del molusco y del ambiente en el que se desarrollen, es decir, si fue en aguas dulces o saladas, lo que da como resultado diversos tipos de perlas; entre ellas:
· Australiana: Es la más cotizada del mundo. Se cultiva en los mares entre el norte de Australia e Indonesia, y su gestación requiere de tres a nueve años. Su coloración va desde el blanco al azul muy oscuro, mientras que su forma puede ser barroca o hasta una esfera perfecta, de entre nueve a 28 milímetros de tamaño.
· Tahití: Las perlas de este tipo provienen de las aguas saladas de la Polinesia Francesa. Pueden ser grisáceas, verdosas, anaranjadas, doradas, azuladas o negras; estas últimas se consideran únicas en el mundo. Miden, aproximadamente, 13 milímetros y se caracterizan por su brillo muy intenso. Su tiempo de cultivo es corto; de dos a tres años.
· Akoya: Son las primeras perlas que empezaron a cultivarse y se distinguen por ser casi perfectamente esféricas y de colores neutros. Son producidas por la ostra Akoya (Pinctada fucata martensii), la más pequeña capaz de crear estas gemas y nativa de las aguas saladas de la región del Indo-Pacífico. Actualmente, Japón es el principal país productor, aunque, también, se cultivan en China, Vietnam, Birmania y Tailandia. Su tamaño promedio ronda los seis y siete milímetros, llegando a haber algunas excepciones, de hasta diez.
· Freshwater: Son perlas de agua dulce; generalmente, provienen de los ríos y lagos de China, aunque, también, de Japón y Estados Unidos. Su cultivo toma entre seis meses y cuatro años, por lo que se trata de una producción rápida y abundante, sin embargo, su precio no es tan cotizado. En cuanto a su forma, pueden ser lisas (raras), barrocas (más comunes) y estriadas.
· Mabe: Las más populares son de origen japonés y su peculiaridad es que poseen una parte totalmente plana, es decir, su forma es semiesférica. Esto se debe a que crecen adheridas a la concha del molusco, en lugar de en su interior. Su tiempo de cultivo es de dos a seis años.
Por su parte, con el objetivo de acercar estas joyas a la población menos adinerada, se crearon las perlas ‘artificiales’, que no provienen de ningún molusco, sino que están hechas de resinas u otro tipo de materiales sintéticos y de pinturas brillosas. Al ser completamente manufacturadas, tienden a ser esferas perfectas, aunque existen, también, aquellas que intentan imitar otras formas. La ventaja de estas gemas falsas es el precio, sin embargo, lo malo es que, al paso del tiempo, se ponen amarillentas o se despintan, dejando al descubierto la base plástica.
Significados místicos
Desde tiempos remotos, las perlas han estado asociadas al lujo, la sabiduría, la pureza, la lealtad y a otras buenas cualidades. Incluso, se les atribuían propiedades curativas, por ejemplo, se creía que ingerir su polvo fortalecía el corazón.
En las distintas mitologías, son objetos que poseen una gran carga simbólica. En Persia, eran consideradas las lágrimas de los dioses. En la antigua China, pensaban que se originaban en el cerebro de los dragones, seres asociados a la sabiduría; y existía una leyenda que decía que la luna era la creadora de las perlas, dotándolas con su brillo celestial y de misterio. Los griegos, también, las relacionaban con dicho astro, pues creían que eran su rocío, el cual había sido recogido por las ostras del mar. De igual forma, representan a Afrodita, la diosa de la belleza, la sensualidad y el amor, equivalente a Venus, para los romanos; según el mito, ésta nació de una concha. Dentro de las cosmogonías musulmanas, la perla era vista como el primer acto de la creación de Dios.
Se tiene que fue en Mesopotamia, alrededor del año 5300 a. C., donde se comenzó a hacer uso de las perlas como ornamentos, pues se hallaban con relativa frecuencia en las aguas del golfo Pérsico y en el mar Rojo. Los intercambios comerciales y culturales propiciaron que estas gemas llegaran a Occidente. Los primeros europeos en adoptarlas como joyas valiosas fueron los romanos; entre todas las cosas valuadas, las perlas tenían el rango más alto. En el siglo I a. C., Pompeyo (106-48 a. C.), famoso militar de la antigua Roma, celebró sus victorias sobre Asia Menor, con un retrato suyo hecho de perlas. Se dice que Cleopatra (69-30 a. C.), reina de Egipto, poseía las dos perlas más grandes que existían hasta el momento, y que disolvió una de ellas en vinagre y se la bebió frente a Marco Antonio, su amante. Años más adelante en la historia, el emperador Justiniano (482-565 d. C.) decretó que las perlas, únicamente, podían ser utilizadas por él y por su esposa, Teodora.
Durante la Edad Media (s. V-XV), las perlas fueron objetos muy valorados y utilizados dentro del arte cristiano; se aplicaban, principalmente, para representar la pureza de la Virgen María. Es debido al rescate de este simbolismo, que, por mucho tiempo, las novias solían portar perlas como únicas joyas, para exaltar dicha cualidad. La Corona Imperial del Sacro Imperio Romano, que data del siglo XII, está decorada con perlas, conteniendo mayor cantidad de éstas que cualquier otra piedra preciosa.
A partir del siglo XIII, las perlas dejaron de ser exclusivas de monarcas y autoridades eclesiásticas, y se admitió su uso entre los miembros de la burguesía, pues continuaban siendo símbolo de lujo. Asimismo, comenzaron a usarse dentro de la alta costura. Fue en esta época en la que surgió la idea de fabricar las perlas artificiales, pero no eran muy comunes. Según un artículo del diario La Vanguardia, Leonardo da Vinci (1452-1519) habría dejado un escrito detallado sobre cómo fabricarlas.
La tradición y simbolismo asociados a las perlas naturales, de Italia, se extendieron a otros países europeos; entre ellos, España, y de ahí, hacia América. Incluso, se dice que, cuando Cristóbal Colón llegó al Nuevo Mundo, una de las primeras riquezas con las que se encontró fueron sitios ricos en perlas. Este fue uno de los tantos motivos que impulsaron a diversas naciones europeas a emprender expediciones con intenciones imperialistas. De este modo, el siglo XVI fue la ‘época del nácar’, pues se produjeron grandes hallazgos de estas gemas, como La Peregrina, que fue encontrada en el golfo de Panamá y que fue posesión invaluable de la Corona española durante muchas generaciones.
En los siglos posteriores, las perlas naturales continuaron utilizándose como símbolo de castidad, fidelidad, elegancia e, incluso, fertilidad. Eran un accesorio común que acompañaba los atuendos negros de las viudas y se mantuvieron siendo el ornamento preferido de la burguesía y de las clases nobles hasta inicios del siglo XX, cuando Japón comenzó a producir las perlas cultivadas, haciendo a estas gemas un poco más accesibles. Así, estas nuevas propuestas encontraron un nicho en la industria del espectáculo, la diplomacia y la moda, al ser popularizadas, al promediar la centuria, por figuras como Jackie Kennedy, Marilyn Monroe y Coco Chanel; esta última, además, poseía las perlas que alguna vez pertenecieron a la familia Romanov, regalo de su amante, el duque Dmitri Pávlovich.
La Peregrina tiene forma de gota, mide 2.55 centímetros de largo y es famosa, entre otras cosas, por haber pertenecido a la icónica actriz Elizabeth Taylor. Tras ser encontrada en Panamá, la perla le fue enviada al rey Felipe II de España y formó parte de las joyas de la familia real hasta principios del siglo XIX, ya que, luego de que el francés José Bonaparte fuera impuesto en el trono, por su hermano, Napoleón (1808), y de que, más tarde, fuera expulsado del país (1813), éste se la llevó a Francia y se la regaló a su cuñada, Hortense de Beauharnais. Ella, años después, se la heredó a su hijo, Napoleón III, quien, luego, la vendió al inglés James Hamilton, primer duque de Abercorn. La gema fue posesión de los miembros de dicha dinastía hasta que el sexto esposo de Taylor, Richard Burton, la compró en una subasta, por 37 mil dólares.
Al morir la actriz, en 2011, La Peregrina fue vendida a un comprador anónimo, por la suma de 11.8 millones de dólares.
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