El nadador que no sabía nadar y, aun así, conquistó los Juegos Olímpicos
Estamos ya en el mes olímpico, y eso hace que se desborde la adrenalina y se despierte un sentimiento de emoción en todos a los que nos gusta el deporte, que nos lleva a seguir de cerca las competencias de estas Olimpiadas de 2024, con el entusiasmo de conocer qué atletas, tanto nacionales como de otros países, se subirán al podio, cómo quedará el medallero, si se romperán récords, y de ser testigos de aquellas actitudes de solidaridad entre rivales y de esos hechos memorables que pasarán a la historia de esta justa veraniega.
En este sentido, nos pareció interesante recordar la anécdota de un hombre que participó en Sídney 2000, que le enseñó a todo el mundo que no debemos darnos por vencidos, aunque sintamos que ‘nos estamos ahogando’, y a seguir luchando, aunque todavía falte mucho camino por recorrer, o, en este caso, metros por nadar.
De la ‘pista’ a la piscina
Meses antes de que arrancaran los Juegos Olímpicos del ‘nuevo milenio’, celebrados en Sídney, Australia, en septiembre del año 2000, el Comité Olímpico Internacional (COI) otorgó algunas plazas a países en vías de desarrollo, para que pudieran participar en la justa; entre ellos, Guinea Ecuatorial.
Así, en aquel pequeño país, en el centro de la costa oeste de África, un joven, llamado Eric Moussambani, se acercó al Comité Olímpico local, para poder practicar atletismo y competir en esa disciplina; sin embargo, dado que el equipo ya estaba completo, le ofrecieron un lugar en natación. Pese a no saber nadar, Eric aceptó la propuesta y, entonces, comenzó a prepararse.
Solo, sin recursos ni la infraestructura adecuada para practicar, Moussambani consiguió que un hotel privado de su ciudad le permitiera usar su piscina, pero ésta estaba lejos de ser tan grande como una alberca olímpica (50 metros), pues medía, aproximadamente, 13 metros de largo; además, sólo estaba disponible para él durante una hora, de las cinco a las seis de la mañana, tres días a la semana. Por ello, también, nadaba en los ríos y en el mar, donde los pescadores fungían como una especie de entrenadores, ya que le enseñaban cómo impulsarse con sus piernas y dar las brazadas para poder avanzar en el agua.
Hola, Sídney
Después de ocho meses de entrenamiento, finalmente, con tan sólo 22 años de edad, sin haber salido nunca de su país, con poco tiempo de haber escuchado de la existencia de Australia y luego de un viaje de tres días, Moussambani llegó a Sídney, para representar a su natal Guinea Ecuatorial, en natación.
Cuando llegó a la Villa Olímpica, como parte de las prácticas previas a la competencia, el nadador africano quedó asombrado por el tamaño de la alberca en la que habría de competir; jamás, en su vida, había visto ni, mucho menos, nadado en una piscina tan grande ni tantos metros consecutivos, incluso, haciendo repeticiones en una pileta pequeña, por lo que, lógico, comenzó a sentir miedo por la carrera.
En dichos entrenamientos, Moussambani practicaba al mismo tiempo que el equipo de natación de Estados Unidos, de modo que aprovechaba para estudiar sus técnicas y aprender de los nadadores. También, recibió ayuda del entrenador de Sudáfrica, quien le prestó un traje de baño, unas gafas y le explicó las reglas de la competencia.
Rompiendo récords
Finalmente, el día llegó; el 19 de septiembre del 2000 se efectuaría la competencia de los 100 metros de estilo libre, en la que Moussambani habría de demostrar de qué estaba hecho, pasando a la historia de los Juegos Olímpicos. Sus rivales serían Karim Bare, de Níger, y Farkhod Oripov, de Tayikistán, quienes también llegaron a las Olimpiadas por cortesía del COI, pero que fueron descalificados al momento de la competencia, por salir en falso.
De este modo, por protocolo, Moussambani nadó solo, en el carril 5. Pareciera que, por mero capricho del destino, el ecuatoguineano debía competir con nadie más que consigo mismo y demostrar que, como fuera, podía recorrer aquellos 100 metros, aunque se sintieran como kilómetros. Y es que, en cuanto saltó al agua y comenzó a nadar, evidenció su inexperiencia y su miedo, causando que los espectadores ahí presentes rieran a carcajadas.
“Sabía que todo el mundo me estaba viendo: mi familia, mi país, mi madre, mi hermana y mis amigos. Por eso, me decía a mí mismo que debía seguir, que debía terminar, aun cuando estuviera solo en la alberca. No estaba preocupado por el tiempo; lo único que quería era terminar la carrera”.
Con ese escenario y con mucho esfuerzo, completó la primera vuelta, es decir, los primeros 50 metros, pero aún había que nadar de regreso y Moussambani ya no tenía energía, sus piernas se estaban acalambrando, y aunque braceaba y pataleaba, parecía que no avanzaba. Fue, entonces, cuando las burlas de la multitud se transformaron en gritos de aliento y aplausos, que le dieron a Moussambani la fuerza para continuar hasta tocar la pared final, haciendo que todo el lugar estallara de júbilo.
Ese día, Moussambani rompió un récord olímpico: completó la prueba en 1 minuto, 52 segundos y 72 milisegundos (1:52.72), el peor tiempo de la historia de los Juegos Olímpicos, pero eso poco importó, ya que había dado un gran espectáculo, igualmente memorable, de motivación, perseverancia y espíritu deportivo. Además, se había convertido en la primera persona de su país en nadar los 100 metros de estilo libre en una competencia internacional.
Con esto, logró estar a la par de los más grandes medallistas del momento en los medios de comunicación y en las conversaciones de todas las personas que habían sido testigos de su hazaña, ya sea de forma presencial o a través de sus pantallas, no sólo en Australia, sino en todo el mundo. La gente le solicitaba su autógrafo y todas las cadenas de televisión, radio y prensa escrita querían una entrevista con él; incluso, la vestimenta que usó en aquella mítica carrera fue subastada en miles de dólares.
Gracias al COI, que extendió la invitación a su país; a su Guinea Ecuatorial, que confió en él para que la representara en natación; a la multitud, que lo animó a continuar; pero, sobre todo, a él mismo, por arriesgarse, por atreverse y por seguir hasta el final, luego de esta hazaña, su vida cambió.
Un nuevo Moussambani
Después de su inusual participación en Sídney 2000, Moussambani continuó mejorando sus habilidades de natación hasta reducir su marca en los 100 metros, a menos de un minuto; 57 segundos, para ser exactos. Además, comenzó a promover la práctica de esta disciplina en su país, logrando, con el tiempo, que se construyeran dos piscinas de 50 metros.
Asimismo, tuvo la oportunidad de participar en una competencia mundial de natación, en la misma categoría, en donde mejoró su tiempo de Sídney, completando la prueba en 1:18.00. Parecía que el mundo volvería a ver a Moussambani en la alberca olímpica para la edición de Ateneas 2004; sin embargo, debido a un problema con su visado, no pudo asistir a la justa. Tampoco fue a Pekín 2008, ya que los reguladores lo encontraron fuera de estado.
Esto no lo desmotivó, al contrario, continuó con sus esfuerzos por hacer que su país sobresaliera en su disciplina, por lo que, para el año 2012, se convirtió en el entrenador del equipo de natación de Guinea Ecuatorial.
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