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La catedral de Notre Dame. Ocho siglos de historia



Ubicada en la Île de la Cité o la Isla de la Ciudad, rodeada por las aguas del río Sena, en París, la catedral de Notre Dame es uno de los templos religiosos de estilo gótico más antiguos del mundo y es la tercera más grande, después de la de Colonia, en Alemania, y la de Milán, en Italia. Independientemente de las creencias, es una parada casi obligada si se está de paseo por la capital francesa y un destino objetivo a visitar, al menos una vez, antes de morir. Y es que estar frente a semejante monumento es como conversar con un sabio de más de 800 años de vida, que asombra con sus experiencias históricas, las batallas que ha superado y, por supuesto, su notable arquitectura.


Oración a Dios

En el siglo XII, París era una ciudad próspera y floreciente, por lo que, durante el reinado de Luis VII, el obispo Maurice de Sully propuso construir, en el corazón de la urbe, una catedral que reflejara la elegancia y estuviera a la altura de los nuevos tiempos. Fue así como inició el proyecto de Notre Dame o Nuestra Señora, en honor a la Virgen María, el cual se edificó a lo largo de casi 200 años, de 1163 a 1345, justo en el mismo sitio donde se encontraba una iglesia románica y donde, antes de la cristianización de Europa, existió un templo pagano de culto a Júpiter.


Obedeciendo a los principios del estilo gótico, con una intención teocéntrica, su arquitectura pretendía ser una ofrenda a Dios. Cada espacio, incluso aquel sin una función definida o hasta el más recóndito, fue profunda y delicadamente detallado por los artesanos, quienes no buscaban el reconocimiento y la admiración del ojo humano, sino los del supremo celestial. Por ello, la también llamada “Señora de piedra” es una oración a Dios, cuyos máximos versos son sus fachadas occidental o principal, del norte y del sur, los rosetones, las esculturas y, antes del incendio de 2019, la aguja.


Anatomía de la “Señora de piedra”



Fachada principal

Es la cara que todos conocemos, la estrella de las fotografías, que posa hacia el oeste. Vista de frente, está seccionada en tres columnas, de las que sobresalen, en las laterales, dos torres gemelas y simétricas, de 69 metros de altura, en las que se aloja el campanario. Para llegar a ellas y admirar desde sus balcones la ciudad del amor, es necesario subir 387 escalones; un trayecto pesado, sí, pero le aseguramos que el esfuerzo vale la pena.


De arriba hacia abajo, como base de ambas torres, se aprecia una división horizontal, decorada con pilares entrelazados, conocida como la Galería de las gárgolas, pues es ahí donde se ubican estas monstruosas estatuillas y las quimeras. En la fila inferior a esta sección, en la parte central, destaca un rosetón de 13 metros de diámetro, custodiado a los costados por cuatro ventanales alargados. El siguiente segmento se conoce como la Galería de los reyes; se trata de una franja en la que posan las estatuas de los antiguos monarcas de Judea e Israel.


En la base de la construcción, la división más grande de toda la fachada, se ubican los tres pórticos que dan acceso a la catedral; cada uno de sus tímpanos está decorado con una temática específica. Viéndolos de frente, el del lado izquierdo es el Portal de la Virgen María, que incluye grabados que representan las escenas de su coronación y dormición. El pórtico central es el de mayor tamaño y está dedicado al Juicio Final; en él se ve a Cristo como juez, acompañado por dos ángeles a cada lado, a los condenados, al arcángel Miguel y a un demonio. Finalmente, a la derecha, está el Portal de Santa Ana, madre de María, que ilustra pasajes de la vida de ésta.


En las fachadas laterales de la catedral, que ocupa una superficie total de 5 mil 500 metros cuadrados, se ubican, respectivamente, las puertas que dan acceso a los extremos del transepto, así como un rosetón más pequeño que el de la fachada principal. La ornamentación del tímpano del portal norte está dedicada a María, mientras que la del sur, a Jesucristo.





El interior

La planta tiene forma de cruz latina, mide 127 metros de profundidad y posee cinco naves, con doble deambulatorio: cuatro laterales, a las que se accede por medio de los pórticos de la Virgen María y de Santa Ana, y una central, a la que se llega por el Portal del Juicio Final. Luego se atraviesa el transepto y, hasta el fondo de la nave principal, se ubican el coro y el altar mayor, los cuales están bordeados por 37 capillas laterales. El espacio se ilumina gracias a la luz que entra a través de 18 enormes vidrieras, que ilustran la historia de Santa Genoveva, patrona de París.


El techo

Se le conocía como “bosque de Notre Dame”, ya que cada una de las vigas que lo sostenían fue elaborada con un árbol de roble entero, de cientos de años de antigüedad. Sobre él, se imponía la aguja o chapitel, con la que el monumento alcanzaba una altura de 96 metros. Hablamos en pasado porque el techo ya no existe; las llamas que envolvieron la catedral, hace dos años, lo consumieron, por lo que ahora se encuentra en proceso de restauración.


Siempre en pie

Nuestra Señora de piedra es silente, mas no muda, pues cada piedra, cada muro y cada espacio que la conforma tiene la voz suficiente para expresar su testimonio de siglos de historia que le han tocado vivir, con episodios de batallas, de tragedias y de guerras, a través de los cuales se ha mantenido en pie, para después presenciar los tiempos de calma y progreso.


Según se dice, Notre Dame fue el escenario para la coronación de Enrique VI de Inglaterra como monarca de Francia, en 1431. Ese mismo año, Juana de Arco, la heroína francesa que luchó contra los ingleses y los expulsó del territorio galo en la Guerra de los Cien Años (1337-1453), fue quemada viva luego de que la Iglesia católica la condenara por herejía. Al respecto, en 1455, también en Notre Dame, se llevó a cabo un juicio póstumo a la joven guerrera, en el que se le declaró inocente, y muchos medios señalan que fue ahí mismo donde la beatificaron, en 1909; no obstante, la historiadora Helen Castor, autora de la biografía Juana de Arco: una historia, le explicó a la BBC que esa afirmación era errónea, ya que tanto la ceremonia de beatificación como la de canonización, once años después de la primera, ocurrieron en la basílica de San Pedro, en Roma, aunque, a propósito de ello, se realizaron grandes festejos en la catedral parisina.


Más adelante, durante la Revolución Francesa (1789), Notre Dame fue profanada y saqueada por los grupos liberales. La mayoría de las esculturas que componían la Galería de los reyes fueron destruidas debido a que los rebeldes pensaron que éstas se trataban de monarcas franceses. También se suspendieron sus funciones religiosas, para fungir como bodega de alimentos. En 1804, fue testigo de la coronación de Napoleón Bonaparte como emperador. Este fue uno de los últimos eventos en los que la catedral fue partícipe antes de caer en un período de declive, pues, con la latencia de las ideas de la Ilustración, la tradición cristiana se fracturó, restándosele importancia a todos sus símbolos y obras.


Asimismo, en 1871, con el ascenso de la Comuna de París, un movimiento socialista a favor del proletariado, Notre Dame estuvo a punto de ser incendiada, pero se mantuvo fuerte ante los ataques, de la misma forma en que lo hizo posteriormente en las dos guerras mundiales.


La literatura como arquitecta

En 1831, el escritor francés Víctor Hugo publicó su entrañable novela Nuestra Señora de París, que narra la desdichada historia de Esmeralda, una bella y noble gitana; Quasimodo, un jorobado sordo y feo; y Claude Frollo, un archidiácono malvado que hace lo imposible por poseer a la joven, al punto de condenarla a morir ahorcada debido a su rechazo. Justo como el nombre del libro lo indica, la catedral de Notre Dame es un escenario fundamental en el desarrollo de la trama: es la morada de Quasimodo; frente a sus puertas se suscita una lucha importante por la liberación de la gitana, quien está presa al interior del templo; y también es espectadora del fatal desenlace de la historia. El protagonismo del monumento en la obra sirvió como un recordatorio a la sociedad de su valor arquitectónico, histórico y religioso, por lo que fue motivo para recuperar el interés en él, rescatarlo del olvido e iniciar, a mediados de ese siglo, un intenso trabajo de restauración, el cual estuvo a cargo de los arquitectos Jean-Baptiste-Antoine Lassus y Eugène Viollet-le-Duc.


La remodelación hizo realidad aquellos elementos imaginarios con los que Víctor Hugo ornamentó la catedral de su novela, como las gárgolas y las quimeras, que vigilan desde lo alto y son las únicas compañeras y amigas de Quasimodo. De la misma forma, como parte de este proyecto, se reconstruyeron las esculturas de los reyes y se incorporaron la icónica aguja y las estatuas de los 12 apóstoles, ubicadas en el techo, de las cuales, según se dice, Santo Tomas tiene el rostro de Viollet-le-Duc.


Entre gárgolas y quimeras
Estas figurillas de apariencia monstruosa, que resultan de una combinación de rasgos humanos, animales y fantásticos, forman parte de la estética y esencia de la catedral; actualmente, sin ellas, Notre Dame no sería la misma, sobre todo, porque ambas tienen una función elemental. Son las guardianas del templo, vigilan desde las alturas la ciudad y, según las creencias, sirven de protección contra las fuerzas del mal. La tarea adicional de las quimeras se limita a ser decorativa, ya que éstas se ubican en los balcones. Por su parte, las gárgolas sobresalen en forma de punta de las fachadas, con el fin de evacuar el agua que se acumula en los tejados de la construcción, evitando que se escurra por las paredes y desgaste la piedra.



Los tesoros

Nuestra Señora poseía en sus entrañas grandes reliquias; entre ellas, un órgano de 8 mil tubos, considerado el más grande de Francia, que ha sonado en la catedral desde 1733; la campana, de nombre Emmanuel, que llegó a la torre sur como un regalo de Luis XIV, el “Rey Sol”, quien gobernó Francia de 1643 a 1715; y la Túnica de San Luis, la cual, supuestamente, perteneció a Luis IX, cuyo reinado abarcó de 1226 a 1270. También resguardaba objetos relacionados con la Pasión de Cristo, como la corona de espinas que utilizó Jesús, un fragmento de la Vera Cruz y uno de los clavos con los que fue crucificado. Estos objetos fueron llevados a la catedral por Luis IX luego de comprárselos al emperador de Constantinopla, en 1239.


La nueva catedral

Uno de los tantos siniestros que le ha tocado superar ocurrió el 15 de abril de 2019, cuando luchó, por más de nueve horas y la ayuda de 400 bomberos, contra un incendió que se originó, presuntamente, a causa de un corto circuito. El monumento logró sobrevivir, pero las llamas consumieron la aguja, el techo y sus estatuas, y alcanzaron a dañar la parte trasera de las torres. Las labores de recuperación de objetos y reconstrucción no se hicieron esperar, pero el proyecto de remodelación se ha visto interrumpido en varias ocasiones debido a las condiciones atmosféricas, al peligro de contaminación por plomo y por la pandemia de COVID-19; sin embargo, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, ha dicho que la catedral estará lista para 2024, aunque aún no se conoce cómo será su nuevo aspecto, es decir, si respetará el estilo gótico original o si se combinará con acabados modernos. La propuesta más difundida sobre el nuevo techo proyecta la cúpula y la aguja unidas en una misma pieza, tipo vitral.


Falta poco para verla resurgir de entre las cenizas, para que la sede de la arquidiócesis de París, declarada Patrimonio de la Humanidad en 1991, vuelva a abrir sus puertas para recibir a los creyentes, a los amantes del arte, a los curiosos, a los 20 millones de turistas que la visitan cada año, y para seguir acumulando siglos y experiencias qué contar.

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