La necesidad de otorgarles a las personas un nombre propio ha existido desde las primeras civilizaciones. Su importancia va mucho más allá de sólo servir para referirse a los miembros de una comunidad. El nombre es un elemento fundamental de nuestra identidad; aunque no lo hayamos escogido, dice mucho sobre nosotros, sobre nuestros padres y lo que esperan transmitirnos o que seamos al momento en el que decidieron llamarnos de tal forma, así como sobre nuestra sociedad y sus modas y evolución.
Los nombres varían según las costumbres e idioma de cada cultura. Por ejemplo, en las tribus indígenas de Norteamérica, se nombraba a los integrantes como elementos o fenómenos de la naturaleza: nube, lluvia, río. En los países de habla de lenguas indoeuropeas (casi todo el globo), son muy parecidos, aunque con ciertas variaciones fonéticas y escritas; esto, porque son resultado de deformaciones etimológicas del griego, el latín y los idiomas germánicos. En el caso particular de México, los nombres provienen de lenguas prehispánicas, como el náhuatl y el maya, y del castellano, que, a su vez, tiene influencias árabes.
Hay nombres que tienen milenios de antigüedad; algunos de ellos han trascendido hasta nuestros días y todavía es común encontrarlos en personas jóvenes o en niños. Sin embargo, otros han quedado en el olvido y, si llegamos a escucharlos, es posible que los asociemos con adultos mayores, como Bartolomé, Lorenzo, Blas, Domingo, Dolores, Gertrudis, Concepción, entre otros. Incluso, han surgido nuevos, que son un reflejo de los cambios en la sociedad.
Casi todas las culturas utilizan nombres personales, excepto la etnia de los machiguenga, que habita en la Amazonia peruana. Sus miembros se refieren entre ellos a través del parentesco familiar: mamá, papá, abuelo.
Dime tu nombre y te diré quién eres
La variedad de nombres propios es extensa y cada uno surge ante diferentes situaciones o inspirado en distintos elementos de la vida, pero, siempre, con la misma intención: el poder identificar a un individuo. Al nombre propio se le suele llamar, también, ‘nombre de pila’ porque, dentro de las religiones cristianas, es con el que se nos reconoce al momento de ser bautizados, un rito que tiene lugar, precisamente, frente a una pila de agua.
Los romanos tenían pocos nombres, por lo que, para diferenciar entre dos personas que se llamaban igual, les anexaban un apelativo numérico al final, como Segundo o Tercero. El correspondiente al número ocho, ‘Octavo’, fue el único que se transformó en un nombre como tal: Octavio.
En la Edad Media, sucedía el mismo fenómeno, sólo que, en lugar de un número, se les otorgaba un segundo nombre, el cual hacía referencia a algún distintivo de la persona, como el lugar donde vivía, su ocupación, rasgos físicos o, incluso, cualidades. Así fue como surgieron, también, los apellidos y otros nombres, a partir de palabras en diversos idiomas de origen, los cuales se han adaptado a las normas de escritura y pronunciación de lenguas actuales.
Del germano
· Enrique: De Heinrich, producto de los vocablos Haim rik, que significan ‘el amo de la casa’. Su adaptación al inglés es Henry, mientras que, en francés, Henri.
· Gerardo: De Ger wald, que es ‘gobernar por la lanza’.
· Ricardo: De Ric hard, ‘gobernante fuerte’. En inglés, es Richard.
· Raúl: De Rao ulfr, que significa ‘consejero lobo’ o ‘consejero poderoso’. Su adaptación al inglés es Ralph.
· Alberto: Es una contracción de Adalberto, el cual deriva de Adalas berthas, que es ‘el que brilla por su nobleza’.
· Fernando/a: De Firthu nands, que es ‘valeroso por la paz’. De aquí, también, derivan los nombres Ferdinando, Hernando y Hernán.
· Carla/Carlos: Resulta de Karl, ‘hombre libre’. De igual manera, incluye los nombres femeninos Carol y Carolina.
· Luis: Es una transformación de Ludwig, Ludovico, en español. Proviene de Hlodo wig, que es ‘famoso en batalla’.
· Roberto: De Hrod berthas, ‘de fama brillante’.
En esta categoría, también, mencionamos algunos nombres de procedencia anglosajona, tales como: Alfredo, que viene de Elf raed, ‘aconsejado por los elfos o duendes’; y Eduardo, de Ead weard, que es ‘guardián próspero’.
Del latín
· Arturo: La palabra de origen no está del todo clara. Por un lado, se cree que deriva de Artorius, que, a su vez, es producto de arto rig, ‘oso guerrero’. Sin embargo, podría ser, también, resultado de Arcturus, nombre de una estrella, que, en griego, es Athanasio, que significa ‘inmortal’.
· Antonio: De Antonius, que es el nombre de un grupo familiar romano. Es posible que otra raíz sea el prefijo ante-, usado para indicar los que van primero o los más importantes.
· Leticia: De Laetitia, que significa ‘felicidad’.
· Sergio: Se cree que podría derivar de Sergius, ‘servidor’. Aunque otras propuestas señalan a Sergia, una de las 35 tribus romanas.
· Mario: De Mars, relativo a Marte, dios romano de la guerra, la virilidad, la violencia, la pasión, la sexualidad y la valentía. De aquí, derivan Martín y Marcial. Cabe aclarar que no es el masculino de María, que es de origen hebreo.
· Diana: Diosa romana de la caza
Del griego
· Verónica: Es una transformación de Berenice, que surge de Fere niké, que es ‘quien trae la victoria’.
· Alejandro: De Aléxandros, ‘protector del hombre’ o ‘defensor de la gente’. Incluye los nombres que contengan la raíz, como Alexander. En femenino, además de Alejandra, deriva Sandra.
· Teresa: Su origen es incierto. Podría ser una deformación de Therasia, una isla griega; aunque otros indican que es un derivado de Ceres, la diosa romana de la agricultura.
· Alicia: De Alétheia, ‘verdad’.
· Aurora: Es la diosa romana del amanecer, que, a su vez, es traducción de Eos, la diosa griega que da paso a la luz solar cada día.
De la religión cristiana
· David: Proviene del hebreo y significa ‘el bien amado’.
· Juan/a: Del hebreo Yohannan, ‘fiel a Dios’. Su adaptación al inglés es John; Iván, en ruso; y Jean, en francés. De estos nombres, derivan los apellidos Ibáñez y Yáñez (la terminación -ez significa ‘hijo de’).
· Manuel: Es una simplificación de Emmanuel; del hebreo Immanu’el, que es ‘Dios está con nosotros’.
· Daniel/a: Del hebreo y significa ‘Dios es mi juez’.
· Jesús: Uno de los nombres de mayor importancia dentro del cristianismo. Deriva del hebreo Yeshua, y significa ‘el que salva o rescata’.
· José: Del hebreo Yosef, que significa ‘añadir’. El nombre surge de aquel pasaje bíblico en el que Dios le permite a Raquel tener un hijo, es decir, añadirlo a su familia. El equivalente femenino es Josefina.
· Rafael: Del hebreo y significa ‘Dios me ha sanado’.
· María: Existe un debate en cuanto a las palabras e idioma de origen. Se dice que puede venir del nombre hebreo Mariam o Myriam, el cual, a su vez, podría ser un derivado de Mir yam, ‘luz sobre el mar’, o del arameo Mra, ‘señora’. Otras voces proponen que viene del egipcio Mryt, ‘amada’.
· Miguel: Del hebreo Miha’el, que significa ‘¿quién como Dios?’.
· Guadalupe: Del árabe Wad a lup, ‘río de lobos’.
Relativo a ocupaciones
· Jorge: Del griego Georgios, de Geo ergios, ‘el que trabaja la tierra’. En inglés, equivale a George; Georges, en francés; Giorgio, en italiano, y Georgina, en su versión femenina.
A cualidades o características
· Tomás: Del arameo antiguo, que significa ‘gemelo’.
· Valente: Del latín valens, que se traduce como ‘valiente’.
· Prudencia: Tiene su raíz en el latín y significa ‘precavida’, ‘cautelosa’.
· Clemente: Del latín clemens, ‘bueno’, ‘clemente’, ‘bondadoso’, ‘compasivo’ o ‘misericordioso’.
· Víctor: Del verbo latino vincere, que significa ‘superar’, ‘vencer’.
A lugares
· Brittany: Hace referencia a Bretaña, una región del noroeste de Francia. No debe confundirse con Britney, nombre que alude a la Gran Bretaña.
· Francisco: Tiene dos posibilidades de origen. Por un lado, relativo a Francia, o bien, a la tribu germánica de los francos, de donde viene el nombre de Frank.
· Montserrat: Es una isla, territorio británico de ultramar, que se ubica al sureste de Puerto Rico, en el mar Caribe.
· Lorena: Región histórica del noreste de Francia, que limita con Bélgica, Luxemburgo y Alemania.
Otros nombres comunes relativos a lugares son: los continentes Europa, América y África, o Kenia, el país africano, por mencionar algunos.
A objetos
· Pedro: Del griego petros, ‘piedra’. En referencia a una persona fuerte. Su equivalente en femenino es Petra, y en otros idiomas se traduce como Pierre, en francés; Peter, en inglés; Pyotr, en ruso; y Pere, en catalán, de donde viene el apellido Pérez.
· Edgar: Del anglosajón, que significa ‘lanza valiosa’.
· Javier: De origen vasco, que significa ‘castillo’ o ‘casa nueva’.
Algunos más que entran en esta categoría son los nombres de flores, como Rosa, Margarita, Narciso, Jacinto, Azucena; o las piedras preciosas, como Esmeralda, Rubí, Perla, entre otros.
El proceso de otorgar un nombre
Seleccionar el nombre de un hijo no es una tarea sencilla y no debe tomarse a la ligera. Como mencionamos anteriormente, es un elemento fundamental en la construcción de su identidad. La forma en que se pronuncia, su significado etimológico y el simbolismo que tiene dentro del nicho familiar influyen en el desarrollo del carácter y la personalidad del individuo.
Cada cultura tiene sus propios rituales, aunque, por supuesto, no hay una regla absoluta que se deba seguir al momento de nombrar a una persona. Por ejemplo, en Kafiristán, una región al noreste de Afganistán, existe una tradición que consiste en darle al bebé a su madre, para que lo amamante por primera vez. Al mismo tiempo, una mujer sabia recita los nombres de los ancestros del niño, y se le asignará el que haya pronunciado al momento en que dio su primera succión.
Nombrar a un recién nacido igual que su padre, madre o abuelos es una práctica muy común en todo el mundo, pues es una forma de demostrar admiración y respeto hacia ellos; sin embargo, algunos psicólogos no lo recomiendan, pues argumentan que es una manera inconsciente de que el niño sea un reflejo de la persona en la que se ha inspirado su nombre; es decir, de alguna manera, sus padres lo predestinan a ser como ella, limitándole la capacidad de ser él mismo. Entre los judíos asquenazí, ronda una superstición que prohíbe bautizar a un bebé, con el mismo nombre de un pariente vivo, pues temen que, cuando sea su momento final, el ángel de la muerte se confunda y se lleve al individuo joven, en lugar de al anciano.
En México, anteriormente, además de lo ya mencionado, se acostumbraba, también, a nombrar a los bebés como el santo al que se conmemoraba en el día de su nacimiento. Ahora, las cosas han cambiado y se apuesta por nombres más ‘originales’ o poco comunes.
Una investigación publicada en la Nueva Revista de Filología Hispánica, del Colegio de México, analizó la tendencia de los nombres de la población mexicana desde 1540 hasta el siglo XX, con el fin de conocer cuáles eran los populares de cada tiempo, los que han logrado trascender y los que no.
Según sus resultados, de 1540 hasta 1950, el nombre femenino más recurrido era María. En el caso masculino, desde ese mismo año hasta 1800, el nombre más usado era Juan, y después, José. Por su parte, Josefa era el segundo nombre femenino más usado de 1700 a 1830, aunque, hoy, ha quedado en el olvido.
Hasta 1660, se identificaba el uso de un sólo nombre; luego, se optó por utilizar dos. En el caso de las mujeres, a María se le agregaban otros de carácter religioso, como Del Pilar, Guadalupe, Candelaria, etcétera. El fervor cristiano y las advocaciones a los santos estuvo fuertemente presente hasta el siglo XX, cuando dichas tendencias empezaron a disminuir, más rápido en los nombres masculinos que en los femeninos. Asimismo, fue a partir de ese siglo cuando comenzó una preferencia hacia nombres menos comunes y más originales, como Alma, América, Artemisa, Sofía, Edith, Nelly; y una inclinación por los terminados en -ina y -elia, como Carolina, Celina, Natalia, Amelia y Emilia. Para los hombres, se apostó por nombres de origen europeo, como Enrique, Carlos, Alfonso, Guillermo, Eduardo y Francisco.
Los nombres millennials
El siglo XXI se ha distinguido por un mayor gusto por una onomástica exótica, rara y original. Los nombres de moda, no de tradición, han sido, igualmente, una constante en estas décadas. Por ejemplo, de acuerdo con datos del INEGI, en 2020, se registraron más de 400 mil nombres. Los diez más recurridos fueron:
Femeninos: Sofía, María José, Valentina, Ximena, Regina, Camila, María Fernanda, Valeria, Renata y Victoria; mientras que los masculinos: Santiago, Mateo, Sebastián, Leonardo, Matías, Emiliano, Diego, Miguel Ángel, Daniel y Alexander.
Los padres millennials, que son adultos jóvenes, quienes nacieron entre 1981 y 1996, han optado por elegir nombres que apelen más a la exclusividad y a lo único; no obstante, al caer todos en esa práctica, los nombres que consideran originales terminan volviéndose comunes.
Para elegir un nombre ‘auténtico’, se inspiran en palabras rebuscadas de otros idiomas, incluidos los prehispánicos, o en personajes de películas y series de televisión. Así, se han popularizado nombres como: Kristen, Narella, Laia, Leah, Pía, Luana, Kate, Giselle, Marie, Escarlet, Arya e Isabella, por mencionar algunos en el caso de los femeninos. Por su parte, entre los masculinos, destacan Andrew, Kevin, Iker, Darren, Teo, Dereck, Erick, Liam, André, Thiago, Milo, Fabio y Lucca.
Lo nuevo: los nombres unisex
Se trata de una tendencia entre millennial y centennial, que obedece a la situación social actual, en la que se defiende la diversidad y la libre elección de género. Muchos padres que pertenecen a estas generaciones reprueban los estereotipos y la imposición del género desde pequeños, así que prefieren darles la oportunidad a sus hijos de elegir qué quieren ser, una vez que tengan conciencia y pensamiento crítico; por ello, deciden ponerles nombres unisex, que puedan adaptarse tanto a lo femenino como a lo masculino. Ejemplos de ello son: Mar e Índigo (popularizados por dos parejas influencers), Aike, Aimar, Ariel, Cris, Francis, Azul, Charly, Luján, Harper, París, Yuri, René, Milán, Akira, Sasha y Kai.
Y usted… ¿cómo se llama?
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