Usada desde la Antigüedad para ocultar problemas médicos
El falso cabello o cabello postizo, ya sea en pelucas o en mechones, se utiliza para diferentes fines: para cambiar de look constantemente sin necesidad de teñir o cortar el cabello natural, para un disfraz o para cubrir la calvicie o problemas capilares ocasionados por diversas causas. Aunque podría pensarse que las pelucas son un accesorio moderno, de hace algunos pocos siglos, lo cierto es que existen desde las primeras civilizaciones y, de hecho, eran muy utilizadas, especialmente entre los miembros de la nobleza, ya que eran un símbolo de poder.
Antigüedad
En el antiguo Egipto, las personas solían raparse la cabeza, por cuestiones de higiene; y es que, debido a su ubicación –las principales ciudades se construyeron a orillas del río Nilo y sus afluentes–, la propagación de piojos, liendres y otros insectos se daba con mayor facilidad. Entonces, para cubrir esa ausencia de cabello, confeccionaron las primeras pelucas. Se dice que las elaboraban con cabello natural humano, generalmente, de un tono castaño y, luego, las teñían de negro. Se han encontrado cráneos de momias egipcias que aún tenían la peluca puesta e, incluso, algunas otras de ellas, actualmente, se conservan y se exhiben en varios museos, como el Museo Británico.
Otras culturas que también utilizaban pelucas fueron los asirios, los fenicios, los persas, los judíos, los griegos y los romanos, para disimular la calvicie, principalmente, en las clases altas. Los romanos consideraban que esa condición era una deformación física y, por lo tanto, quienes la padecían no eran bien vistos. Sus pelucas se manufacturaban con el cabello de los germanos que iban derrotando mientras extendían su imperio. Algunos emperadores que usaban peluca para esconder su falta de cabello fueron: Domiciano, Caracalla y la emperatriz Faustina la Menor (esposa de Marco Aurelio); se dice que ella poseía más de 150 pelucas de diferentes tamaños y colores.
Edad Media
En este período, las doncellas solían llevar cabello postizo, pero no en pelucas como tal, sino en mechones que entrelazaban en su cabello natural; quizá, una especie de extensiones. Sin embargo, esta práctica del pelo falso era rechazada por la Iglesia, por lo que, al paso del tiempo, su uso fue disminuyendo y, por consiguiente, esta época fue la de menor esplendor de las pelucas.
Aun así, las pocas que se utilizaban se confeccionaban con cabello natural de los miembros de la familia de la mujer que las portaría, y las que estaban destinadas a la venta, se elaboraban con cabello de esclavos. Las pelucas para los hombres se hacían con pelo de animales.
Renacimiento y Edad Moderna
En estas épocas, las pelucas recobraron popularidad y se convirtieron en símbolo de refinamiento, elegancia y poder, en Francia, Inglaterra, España, América y Prusia, por mencionar algunos países.
El regreso de este accesorio se dio en el siglo XVI, a raíz de la epidemia de sífilis en Europa, que fue una de las más devastadoras, después de la peste negra. Los hospitales no estaban preparados para una situación de ese tipo y, por supuesto, no había antibióticos para hacerle frente a la enfermedad. De esta manera, se incrementaban las complicaciones, entre ellas, las ulceraciones en distintas partes el cuerpo, incluida la cabeza, y la pérdida de cabello. A consecuencia de esto, la cantidad de personas calvas aumentó y, para cubrir esas secuelas, se recurrió al uso de pelucas o perucas, como se les llamaba en aquel tiempo. Éstas se elaboraban con pelo de caballo, de cabra, o bien, con cabello humano; además, las polvoreaban con talcos con esencia de lavanda o de naranja, con el fin de encubrir la pestilencia proveniente de las llagas causadas por la enfermedad.
Dentro de la realeza y las altas esferas, las pelucas tenían un papel muy importante; eran parte de la moda, que iba en concordancia con los maquillajes y trajes extravagantes. No obstante, su principal función seguía siendo la de esconder la calvicie, evitar los piojos y las infecciones micóticas, como la tiña. Las pelucas de las mujeres se caracterizaban por ser voluminosas, altas y muy ornamentadas. Para lograr que los peinados se mantuvieran firmes, se les colocaban alambres, que servían como estructuras; luego, se empolvaban y se les untaba grasa, para mantener las fibras de cabello en su lugar. Se ha dicho que la reina Isabel I de Inglaterra (1533-1603) tuvo cerca de 80 pelucas.
Pero este complemento capilar no era exclusivo de las mujeres, los hombres también las ocupaban; por ejemplo, el filósofo y matemático francés René Descartes (1596-1650) presumía tener unas 12 pelucas, de diferentes tamaños y formas. El rey Luis XIII de Francia (1601-1643) fue una de las personalidades que más apego tuvo a las pelucas, pues sufrió de alopecia desde muy joven, por lo que siempre tuvo que usar este accesorio, poniéndolo de moda entre las clases altas y medias. Lo mismo le sucedió a Luis XIV de Francia (1638-1715), quien comenzó a perder el cabello a los 17 años, y a su primo Carlos II de Inglaterra (1630-1685); ambos padecían sífilis.
En este mismo renglón, las pelucas fueron un distintivo de los jueces y magistrados; largas, blancas y rizadas, que denotaban autoridad, prestigio e identificaban a tales profesiones.
Por cuestiones de higiene –o falta de ésta–, se utilizaban las pelucas porque era más fácil darles el tratamiento de limpieza en comparación con el cabello. En el caso de los piojos, por ejemplo, el único remedio que existía en ese tiempo, si se adherían al cabello natural, era raparlo. En cambio, era más fácil eliminar esta plaga en las pelucas, al sumergirlas, durante un buen rato, en agua hirviendo.
Época contemporánea y actual
Pese al auge, las pelucas volvieron a sufrir una decaída. Dado que eran un símbolo de estatus, altamente asociado a la realeza y a las monarquías, los franceses dejaron de utilizarlas a finales del siglo XVIII, durante la Revolución (1789). Por su parte, los ingleses comenzaron a rechazarlas cuando se creó un impuesto por su uso, en 1795.
Aun así, su empleo continuó para ciertas ocasiones, como tradición, ya que se había convertido en el elemento identificador o uniforme de ciertas profesiones, como los abogados, magistrados y jueces. En el caso de estos últimos, les servía, también, como un disfraz, para evitar ser reconocidos en público, por algún acusado o una persona que hubiera estado en un juicio.
Al paso del tiempo, hasta llegar al siglo XX y la actualidad, las pelucas, además de continuar utilizándose para cubrir la calvicie o los problemas capilares originados por diversas causas (tintes, enfermedades, terapias, medicamentos, alimentación, problemas tiroideos, estrés), se volvieron un accesorio de belleza, con propuestas de distintas formas, colores y tamaños, desde las más sutiles hasta las más alocadas, y hechas, también, de diversos materiales según el uso que se les vaya a dar y las necesidades de cada persona, como cabello natural y fibras sintéticas.
Sea cual sea el uso que se les prefiera dar, no cabe duda de que las pelucas son un invento milenario, que ha trascendido y que se mantiene vigente hasta la fecha, con múltiples objetivos, desde los más empáticos y nobles, como devolverle la cabellera a alguien que la ha perdido, hasta la posibilidad de reinventar nuestro look cada día o de convertirnos en personajes ficticios por un momento, como el caso de los disfraces.
¿Sabía que, para hacer una peluca sencilla de cabello natural, se requieren entre 15 y 20 trenzas, de 30 cm de largo, y el costo de su elaboración varía entre los 6 mil y 10 mil pesos?
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