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¿Por qué se le conoce como Desierto de los Leones si es un bosque?

 

Ubicado al poniente de la Ciudad de México, el Desierto de los Leones es uno de los pulmones verdes más importantes del Valle de México. Con más de 1,800 hectáreas de bosque templado, su paisaje está compuesto por extensas áreas de oyameles, pinos y encinos, y es hogar de una rica biodiversidad. Pero su nombre sigue causando confusión: si es un bosque de coníferas tan frondoso y húmedo, ¿por qué se le llama “desierto”? ¿Y qué tienen que ver los “leones”?

 

La aparente contradicción entre el nombre y el paisaje es un enigma interesante que tiene sus raíces en la historia colonial de México, en el lenguaje de la época y en la presencia de una orden religiosa que marcó profundamente el lugar. Para entenderlo, es necesario remontarse varios siglos atrás, cuando los primeros misioneros llegaron a esta región montañosa.

 

En el siglo XVII, la Orden de los Carmelitas Descalzos buscaba un sitio apartado del bullicio y los peligros de la entonces Nueva España, un lugar donde pudieran entregarse por completo a la meditación, la penitencia y la vida contemplativa. Encontraron este refugio ideal en un terreno montañoso y boscoso al suroeste del Valle de México. Fue así como en 1606 comenzaron la construcción de un convento que serviría de retiro espiritual.

Tras dejar de pertenecer a la iglesia católica en 1814, como un espacio de reflexión y meditación cristiana, el recinto tuvo múltiples funciones. Desde un lugar para acuartelamiento del cuerpo nacional de artillería en 1845 durante la Intervención Estadounidense (1846-1848), y una supuesta fábrica de vidrio, donde en realidad se acuñaron monedas falsas.

Esta edificación hoy es uno de los principales atractivos del parque y se le conoce como el Ex Convento del Desierto de los Leones.

 

El término “desierto” no se refiere, en este contexto, a un ecosistema árido y seco, sino que tiene un significado religioso. En la tradición cristiana, especialmente en los textos medievales, “desierto” alude a un lugar de retiro, aislamiento y contemplación. Los carmelitas utilizaban este término para nombrar los lugares apartados donde se entregaban al ascetismo. Así, el nombre “desierto” en realidad refleja la función espiritual del lugar como sitio de recogimiento, soledad y silencio.

 

Este uso del término era común en la Europa medieval y fue adoptado por diversas órdenes monásticas. Por eso, también existen otros lugares con nombres similares, como el Desierto de las Palmas en España o el Desierto de San José en Chile. En todos los casos, se trataba de monasterios o eremitorios alejados de las ciudades, ubicados en entornos naturales para facilitar la vida de oración y austeridad.

 

El otro componente del nombre, “los Leones”, ha sido motivo de diversas teorías. La más aceptada entre los historiadores es que hace referencia a la familia León, propietarios de los terrenos donde se estableció el convento. Esta familia, de origen español, cedió parte de sus tierras a los carmelitas descalzos para la construcción del retiro. Algunos documentos antiguos mencionan que el predio era conocido como “el Desierto de los León” en referencia directa a sus antiguos dueños.

 

Con el tiempo, la expresión se transformó en “Desierto de los Leones”, posiblemente por un proceso de generalización fonética y ortográfica, y también influida por la imaginación popular que asoció el nombre con la presencia de gatos monteses, asociados a los leones por su parecido felino. En ocasiones, se pensaba erróneamente que el nombre aludía a una fauna exótica, lo cual reforzó el misticismo que rodea a este bosque.

 

El Desierto de los Leones ha cambiado en distintos episodios de la historia de México, considerado como una zona ecológica vital, desde 1786 contaba con protección Real debido a sus numerosos manantiales de agua potable que abastecían a la ciudad.

 

Ya México como nación independiente, el entonces presidente, Sebastián Lerdo de Tejada, declaró el bosque como zona de reserva forestal e interés público.

 

El Desierto de los Leones fue declarado Parque Nacional en 1917 por el entonces presidente Venustiano Carranza, a petición de Miguel Ángel de Quevedo (impulsor y donante de los Viveros de Coyoacán), lo que lo convierte en el primer parque nacional de México. Desde entonces, ha sido un espacio protegido que ofrece a los visitantes no sólo paisajes espectaculares y aire limpio, sino también una experiencia cargada de historia, espiritualidad y leyendas.

 

A lo largo de los siglos, el parque ha acumulado una gran cantidad de relatos sobrenaturales, rumores de túneles secretos y supuestas apariciones. Parte del encanto del Desierto de los Leones radica en esa atmósfera de misterio, alimentada por la arquitectura austera del convento, las densas neblinas matinales y la sensación de aislamiento que aún se puede experimentar a pocos kilómetros de una de las ciudades más grandes del mundo.

 

Además, el parque se ha convertido en un destino popular para actividades al aire libre: senderismo, ciclismo de montaña, campamentos y visitas culturales. Su cercanía a la ciudad lo hace especialmente atractivo para quienes buscan un descanso del ritmo urbano sin alejarse demasiado. El nombre, aunque en apariencia contradictorio, se ha mantenido como una referencia icónica y simbólica del lugar.

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