El cacahuate japonés: una botana mexicanacon alma oriental
- paginasatenea
- 2 jun
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Aunque su nombre sugiere una procedencia asiática, los populares cacahuates japoneses tienen una historia profundamente arraigada en nuestro país. Esta botana crujiente y sabrosa, nació en la Ciudad de México durante la primera mitad del siglo XX, como resultado de la creatividad de un inmigrante japonés llamado Yoshihei Nakatani Moriguchi y su esposa Emma.
Nakatani nació en el seno de una familia humilde el 30 de abril de 1910 en la prefectura de Hyōgo, ubicada en la región de Kansai sobre la isla de Honshū. Fue el cuarto de los seis hijos del matrimonio entre el comerciante Kihei Nakatani e Izo Moriguchi. Durante su infancia trabajó en una dulcería japonesa, no sabía leer ni escribir y fue rechazado para formar parte del ejército, lo cual era un honor.
Cuando la crisis financiera de los años 30 lo obligó a salir de su lugar de origen, viajó a México como parte de la migración japonesa que buscaba nuevas oportunidades en América, al responder a un anuncio en el que solicitaban en una fábrica ubicada en la Ciudad de México, a 13 técnicos en la elaboración de botones de concha nácar. Fue así que empezó a trabajar en la fábrica El botón japonés, que formaba parte de El Nuevo Japón, tienda de Heijiro Kato. Su nuevo empleo estaba ubicado en La Merced, donde más tarde conoció a Emma Ávila y se casaron, en contra de la familia de ella, pues él era budista y ella católica. Tras negociar con la familia, Nakatani aceptó bautizarse como católico con el nombre de Carlos y la pareja celebró la boda el 25 de mayo de 1935.
El Botón Japonés cerró en 1942 debido a la deportación de su jefe debido a que era considerado un espía del imperio japonés. Enfrentados al desempleo, la pareja decidió iniciar un negocio de dulces inspirados en la infancia de Nakatani, donde fue aprendiz de dulcero y adquirió conocimientos en el área.
Así, en la calle de Carretones # 81 frente a las puertas de La Merced, empezaron a elaborar y vender dulces tradicionales japoneses como el mame y el mochi. Sin embargo, con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, los productos japoneses comenzaron a ser mal vistos, y muchos inmigrantes enfrentaron discriminación. Esto obligó a Nakatani a adaptarse, lo cual sería clave para el nacimiento de su creación más famosa.
En 1945, buscando una forma de subsistir y adaptarse al gusto mexicano, Yoshihei y Emma comenzaron a vender orandas, una fritura con harina y sal, y después, unos bloquecitos de masa inflada unidos con miel de piloncillo, lo que marcó el nacimiento de lo que hoy son los muéganos. Ambos postres fueron todo un éxito y abrieron paso a la siguiente invención.
Las técnicas que Yoshihei aprendió en su infancia en la dulcería fueron puestas en marcha, y adaptándose a la materia prima que podía conseguir –en ese entonces no había en México harina de arroz glutinoso ni frijol de soya, ni salsa de soya– recreó la receta de los mamekashi adecuando los sabores al paladar mexicano: un cacahuate recubierto con una capa crujiente de harina de trigo sazonado con jarabe de piloncillo, chile guajillo, color caramelo y sal. El sabor y la textura eran completamente distintos a los cacahuates tradicionales, y rápidamente captó la atención de los consumidores locales.
El papel de Emma Ávila fue primordial, ya que además de su arduo trabajo en la preparación y venta de orandas, muéganos y cacahuates, logró la industrialización al diseñar un par de máquinas que facilitaron y aumentaron la producción de cacahuates. Una de ellas consistía en una especie de horno giratorio, una innovación sorprendente para la época y la falta de recursos. Este sistema es utilizado en la actualidad por las grandes fábricas de cacahuate japonés. Por supuesto, con métodos y herramientas sofisticadas.
Yoshihei y su esposa comenzaron a vender los cacahuates en pequeñas bolsas de celofán, decoradas con un dibujo de una geisha que había diseñado su cuarta hija, Elvia. Con el tiempo, esta imagen se volvería emblemática y reconocible en todas las tiendas. El producto fue bautizado como “cacahuates japoneses” por su diseño en el empaque con caracteres japoneses, y porque la gente decía “ve con el japonés por cacahuate” o “ve a la tienda por cacahuate, con el japonés”, dando así origen a su nombre, aunque su ADN era enteramente mexicano.
En las décadas siguientes, la popularidad de los cacahuates japoneses creció tanto, que otras marcas comenzaron a imitar la fórmula. Aunque la receta y el nombre no estaban registrados inicialmente, la familia Nakatani defendió su versión original bajo la marca Nipón, que registró oficialmente en 1977 y aún se vende en la actualidad. El legado de Yoshihei continúa no sólo en la botana, sino en la manera en que supo combinar dos culturas para crear algo completamente nuevo.
Dos de los hijos de Nakatani siguen en el negocio, Armando, quien tomó las riendas de la fábrica en la dirección, y su hermana en la producción. Actualmente, producen 13 toneladas de cacahuate japonés al día.
Los cacahuates japoneses más que un simple aperitivo, representan un símbolo de la integración cultural y del ingenio de quienes, al llegar a nuevas tierras, encuentran formas creativas de fusionar tradiciones y adaptarse sin perder su identidad.
Así, lo que muchos piensan que es una botana importada, en realidad es un ejemplo perfecto de cómo México transforma las influencias extranjeras en expresiones propias, con sabor, historia y orgullo local.
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