Lo atractivo del terror
- paginasatenea
- 30 sept
- 5 Min. de lectura
¿Por qué nos gusta sentir miedo?

Imagine lo siguiente. Es de noche, está en su casa, con las luces apagadas, el silencio pesa, y decide poner una película de terror. Sabe que eso le hará asustarse, gritar y que, probablemente, no duerma bien. Sin embargo, aun así, lo hace. Y, seguramente, haría lo mismo con una novela espeluznante, o si tuviera la oportunidad de entrar a una casa embrujada o subirse a atracciones de miedo en un parque de diversiones. ¿Por qué?
Parece que los humanos sentimos una atracción extraña y profunda hacia el terror, pues, de alguna manera, nos hace sentir vivos. ¿Contradictorio? Sí. ¿Humano? Totalmente. Pero esta relación no es tan irracional como parece; hay ciencia, historia y psicología detrás de nuestro amor por el miedo.
¿Qué pasa en el cerebro cuando vemos terror?
Antes de cualquier explicación, hay que entender qué es el miedo. Evolutivamente, el miedo ha sido una herramienta de supervivencia. Es la emoción que nos dice: "corre, algo no anda bien". Está vinculado al sistema límbico del cerebro, especialmente a la amígdala, que procesa amenazas y activa respuestas de lucha o huida.
Entonces, ¿cómo es que algo diseñado para mantenernos con vida puede ser también una fuente de entretenimiento? La clave está en que cuando experimentamos miedo en un entorno controlado, como una película, nuestro cerebro interpreta que estamos en peligro, pero, a la vez, una parte de nosotros sabe que no lo estamos realmente. Esta contradicción permite que experimentemos una descarga de adrenalina, dopamina y endorfinas —los mismos químicos relacionados con el placer y la emoción— sin consecuencias reales. El resultado: placer y adrenalina al mismo tiempo.
Es como si el cuerpo creyera que hay una amenaza real, pero sabemos que estamos físicamente seguros. Así, nuestro cuerpo se activa, el corazón se acelera y sentimos un subidón de energía, que, paradójicamente, nos resulta agradable.
Por supuesto, no todo el mundo disfruta del miedo. Algunas personas son más sensibles a los estímulos de terror, tienen mayor ansiedad o, simplemente, no encuentran placer en la incomodidad emocional. Y eso, también, tiene su explicación. El cerebro humano varía en la forma en la que procesa la dopamina y el cortisol, de modo que hay quienes necesitan más estímulos intensos para sentirse vivos, mientras que otros prefieren la calma.
La tolerancia al miedo tiene base biológica. Un estudio de la Universidad de Oxford muestra que los fanáticos del terror tienen niveles más altos de dopamina y mayor actividad en la corteza prefrontal, lo que les permite regular mejor sus emociones en experiencias de miedo. Además, la personalidad juega un rol importante. Los buscadores de sensaciones intensas son más propensos a disfrutar del miedo controlado, al igual que quienes disfrutan de desafíos emocionales.
El miedo como entrenamiento emocional
Más allá del entretenimiento, la exposición al terror controlado tiene un valor psicológico. Algunos expertos sugieren que el miedo simulado actúa como una forma de ensayo mental. Enfrentarnos a escenarios aterradores –aunque ficticios– ayuda a desarrollar resiliencia, aprender a gestionar el estrés y explorar nuestros límites emocionales.
Es como un simulacro emocional. De alguna forma, ver terror nos entrena para la vida real, donde el miedo no es opcional. A través del horror controlado, exploramos nuestras propias vulnerabilidades desde un lugar seguro.
Además, el miedo seguro nos permite experimentar el morbo por lo desconocido y lo prohibido; y es que nos confronta con temas como la muerte, lo sobrenatural, lo monstruoso, lo que está "fuera de lugar". Estas temáticas tocan fibras profundas de la psique humana y nos enfrentan a preguntas existenciales, como ¿qué pasa después de morir?, ¿y si el mal es real? o ¿hasta dónde llega nuestra humanidad?, por ejemplo.
Desde la Antigüedad, el miedo seguro ha cumplido un propósito emocional: canalizar nuestras emociones más profundas y tabúes. Aristóteles hablaba de la “catarsis trágica”, que se refería a experimentar miedo y compasión a través del teatro, para purificarnos emocionalmente. Algo parecido ocurre con el terror moderno; no sólo nos entretiene, sino que nos permite sentir sin consecuencias, explorar lo que normalmente evitamos (la muerte, la locura, lo desconocido) o procesar traumas o inseguridades a través de metáforas monstruosas.
Lo más interesante del terror controlado no es sólo que nos asusta, sino que nos refleja, pues nos hace preguntas que nos llevan a pensar en nuestra posible forma de reaccionar ante una situación: ¿qué haría yo en esa situación?, ¿quiénes somos cuando tenemos miedo?, ¿qué parte de nosotros se esconde en la oscuridad? Así, el terror nos recuerda algo esencial: que somos frágiles, pero, también, increíblemente adaptables; que el miedo no es sólo debilidad, sino, también, motor que nos motiva a actuar; que, en la penumbra, también, hay verdad.
Lo que asusta cambia con el tiempo
El género del terror, ya sea en el cine, en la literatura u otro medio de entretenimiento, funciona como un espejo de los “monstruos” de la sociedad. A lo largo de la historia, las temáticas del horror han reflejado los temores colectivos de cada época. En los años 50, las películas de monstruos gigantes que aterrorizaban a la comunidad, como Godzilla o La mancha voraz, eran una metáfora del miedo a la guerra nuclear. En los 70 y 80, los asesinos seriales reflejaban la ansiedad social y la violencia urbana, tal como puede verse en filmes como Halloween o Viernes 13. En la actualidad, las tramas giran alrededor del terror a la tecnología o la inteligencia artificial, pandemias y crisis ecológicas; además de un miedo más psicológico, simbólico y social.
Sentir miedo —cuando lo elegimos— nos da poder. Nos conecta con emociones primitivas, con lo desconocido, con la muerte y con la vida. Nos permite jugar con el abismo sin caer en él. El miedo voluntario es una forma de libertad emocional. Así que, adelante, vea esa película que sabe que no debería ver solo; lea ese libro, temblando bajo las sábanas; enfrente sus monstruos ficticios. Porque, a veces, asustarnos es justo lo que necesitamos para sentirnos vivos.
Lo bueno, lo malo y lo curioso del entretenimiento de terro
Lo bueno: El cuerpo puede quemar hasta 200 calorías al ver una película de terror que nos cause mucho susto, debido al aumento de la frecuencia cardíaca y tensión muscular, según un estudio de la Universidad de Westminster. Además, ver terror en pareja o grupo refuerza lazos emocionales, gracias a la liberación de oxitocina (la “hormona del vínculo”).
Lo malo: El cine de terror, también, tiene algunos efectos negativos en la salud. Un estudio de la Universidad de Nueva York concluyó que ese tipo de películas obligan al cerebro a “reorganizarse” y a “rememorar malos momentos”. Además, someten al cuerpo a alternar constante y bruscamente entre etapas de reposo y de susto y tensión, donde se libera adrenalina, las frecuencias respiratoria y cardíaca incrementan, se produce sudoración y se agudizan los sentidos. Estos cambios repentinos no son lo mejor para la salud mental ni para la cardíaca, lo que puede desembocar en problemas del corazón, recuperación de traumas o depresión.
Lo curioso: Los seres humanos son las únicas especies de reino animal que buscan voluntariamente el miedo por placer.
Comentarios