El 27 de septiembre de 1905, la revista Annalen der physik publicó un artículo titulado ¿La inercia de un cuerpo depende de su contenido de energía?, en el que su autor, Albert Einstein, presentaba, por primera vez, su Teoría de la relatividad, que revolucionó la física y sentó las bases para el desarrollo de la energía nuclear, para los viajes espaciales y para un mejor entendimiento del mundo. En su explicación, incluía la ecuación E=mc2, elegante y, hasta cierto punto, sencilla, que, por su importancia en el área, se ha convertido en una de las más famosas de la ciencia. Ésta expresa que la energía (E) es igual a la masa (m), multiplicada por el cuadrado de la velocidad de la luz (c).
La velocidad de la luz es una cifra, de por sí, enorme, por lo que, elevada al cuadrado, resulta de dimensiones increíbles. De ahí que, si una diminuta cantidad de materia se convierte completamente en energía, genera una fuerza descomunal. Por ejemplo, la energía contenida en una uva podría abastecer las necesidades de toda Nueva York durante un día entero; así lo explica, de manera fácil, el periodista estadounidense Walter Isaacson, en una biografía que escribió de Einstein.
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