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¿Vive en constante estrés?


Podría ser la causa por la que, quizá, se esté enfermando demasiado


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Todos sentimos estrés en algún momento. Puede aparecer cuando hay demasiadas cosas que hacer, cuando se atraviesa por una pérdida o una ruptura, cuando nos enfrentamos a cambios significativos en la vida o, simplemente, cuando sentimos que no tenemos el control suficiente sobre lo que nos pasa. Aunque el estrés es una respuesta natural del cuerpo, vivir dominados por él puede ser más dañino de lo que se piensa, en especial, para el sistema inmunológico. 


El sistema inmunológico es como el ejército del cuerpo. Lo defiende de virus, bacterias y cualquier cosa que pueda producir enfermedades. Cuando funciona bien, casi no es notable, pero, cuando se debilita, hay propensión al resfriado, a las infecciones y, en casos extremos, a enfermedades más graves.

¿Qué tiene que ver el estrés con todo esto?


El estrés es una respuesta fisiológica adaptativa, fundamental para la supervivencia. El estrés es entendido como una respuesta biológica frente a factores externos o internos percibidos como amenazantes, de modo que activa una cascada neuroendocrina que involucra al eje hipotálamo-hipófisis-adrenal (HHA) y la liberación de glucocorticoides, principalmente cortisol. Esta respuesta cumple funciones adaptativas en contextos agudos, facilitando la reacción del organismo ante amenazas inmediatas.


Sin embargo, cuando el estrés es sostenido en el tiempo —es decir, se convierte en estrés crónico— puede generar una disfunción sistémica, especialmente, sobre el sistema inmunológico, afectando su capacidad de defensa, reparación y homeostasis, según explica una investigación de la Universidad de Stanford, titulada “Efectos del estrés sobre la función inmunológica: lo bueno, lo malo y lo bello”, publicada en la revista Immunologic Research.


Entonces, cuando se está estresado, el cuerpo produce una hormona llamada cortisol. En pequeñas dosis, el cortisol es útil, ya que mantiene alerta, mejora la memoria a corto plazo y reduce el dolor, pero, cuando el estrés es constante, el cuerpo produce demasiado cortisol, y eso puede suprimir la respuesta del sistema inmunológico. Es como si el ejército bajara la guardia; de pronto, las defensas disminuyen, y los virus y bacterias tienen vía libre para atacar nuestro cuerpo.


Síntomas comunes de cuando el estrés debilita las defensas:



·       Enfermarse más seguido (resfriados, gripes, infecciones).

·       Reaparición de enfermedades crónicas.

·       Las heridas tardan más en sanar.

·       Fatiga constante, incluso, después de dormir bien.

·       Dolores de cabeza frecuentes.

·       Problemas digestivos.

·       Posibles mareos.

·       Problemas de concentración.

·       Cambios en la piel, como brotes de acné o dermatitis.


Cabe mencionar que existe el llamado "estrés positivo" o eustrés (“buen estrés”), que puede ayudar a la concentración en una tarea o en la preparación de un reto importante. El problema es cuando el estrés se vuelve crónico, es decir, cuando no desaparece y se acumula con el tiempo. Ese tipo de estrés es el que daña el sistema inmunológico y, en lugar de permitir superar desafíos, provoca agotamiento y ansiedad.

 

¿Cómo reducir el estrés y proteger las defensas?


Dada la estrecha relación entre el estrés y la función inmunológica, es fundamental incorporar estrategias de manejo del estrés como parte de los programas de una salud preventiva; por lo tanto, no se trata de eliminar el estrés por completo, sino de aprender a gestionarlo. Aquí, algunos de los consejos más recomendados por los especialistas:


Respirar profundamente: Una respiración lenta y consciente ayuda a calmar al sistema nervioso, ayuda a mejorar la concentración y a reducir la ansiedad. Algunas técnicas de respiración más comunes son la diafragmática y las técnicas estructuradas, como la respiración cuadrada.


Hacer ejercicio regularmente: Caminar, correr, bailar o practicar algún tipo yoga. El deporte es un “calmante natural”, ya que ayuda a liberar endorfinas, que son sustancias químicas cerebrales que mejoran el estado de ánimo y permiten liberar el estrés.


Dormir de manera adecuada: Tener entre siete y nueve horas de sueño reparador fortalece el sistema inmunológico. Dormir poco por estrés es doblemente perjudicial. El mal sueño afecta al sistema inmunológico tanto como el estrés mismo; por lo tanto, es importante crear una rutina de sueño consistente en un entorno de descanso tranquilo.


Conectar con otros: Hablar con personas de confianza y el fortalecimiento de redes sociales —ya sean amigos, familia, colegas, grupos de interés— ayudan a aliviar el estrés, al ofrecer un vínculo de apoyo emocional, brindando seguridad y compañía sana.


Hacer cosas que se disfruten: Pintar, cocinar, leer, bailar, cantar, escuchar música, abrazar y todo aquello que nos produzca bienestar personal. Es importante integrar hábitos y actividades que contribuyan a nuestra salud física, mental y emocional.


La risa también es medicina: Reírse reduce el cortisol, la también llamada “hormona del estrés, y aumenta las células inmunitarias que combaten enfermedades.


Concentrarse en las emociones positivas: Las emociones negativas pueden influir en la salud. Se ha descubierto que personas con altos niveles de ansiedad o tristeza tienden a producir menos anticuerpos.


Meditar o practicar mindfulness: Se ha demostrado que meditar permite adquirir técnicas para entrenar la mente y adquirir una respiración consciente, mientras que el mindfulness es un estado de conciencia plena que permite la concentración en las actividades cotidianas. Ambas ayudan a reducir el cortisol en el cuerpo.


Acompañamiento psicológico: Un profesional de la salud mental puede brindar herramientas, estrategias y evaluar las necesidades particulares, para disminuir el estrés en sus pacientes. La integración del conocimiento desde la psiconeuroinmunología permite comprender los efectos del estrés y orienta hacia estrategias terapéuticas más integradoras y efectivas.

El estrés, aunque forma parte natural de la vida, puede convertirse en un enemigo silencioso de nuestra salud si no se maneja bien, puesto que afecta al sistema inmunológico, debilitando las defensas del cuerpo y dando paso a una mayor vulnerabilidad a enfermedades. Aprender a reducirlo ayuda a mejorar la calidad de vida y es una forma efectiva de cuidar la salud a largo plazo.  

 

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